Kingsley Amis está considerado, según ha recordado el crítico José Antonio Gurpegui, como uno de "los diez mejores autores británicos del siglo XX", honor que para buena parte de los lectores anglófilos comparte con su propio hijo, Martin, ilustre representante de la nueva narrativa publicada en el Reino Unido a lo largo de las cuatro últimas décadas. Papá Amis fue un reconocido y multipremiado novelista, poeta, crítico literario y profesor, autor de una veintena de novelas, relatos breves, tres libros de poesía, guiones de radio y televisión y libros de crítica literaria y social. Y fue, además, el ser de carne y hueso más parecido al parabólico Santo Bebedor que protagoniza la leyenda relatada por Joseph Roth, algo de lo que puedo dar fe ahora que ya he pasado la última página de Sobrebeber, una compilación de tres de sus libros dedicados al drinking editada en España por Malpaso.
En el paratexto de la contratapa de esta embriagadora obra no se deja lugar a las dudas acerca de la obsesión que presidió la vida de Kingsley Amis: "La bebida no fue para él una mera contingencia o un complemento de pasiones más hondas, sino una necesidad perentoria, una alegría autónoma y, a menudo, el único argumento de la obra". En el tomo con el que acabo de saciar mi sed de literatura etílica se reúnen tres libros de artículos (Sobre el beber, El trago nuestro de cada día y El estado de tu copa) publicados por Amis entre 1971 y 1984. Juntos (y gloriosamente revueltos) vienen a conformar un heterodoxo ensayo sobre el bebercio en el que se imparte doctrina sobre materias de tanta envergadura como "la naturaleza ontológica de la resaca, la dieta del beodo, los ardides del tacaño o las fórmulas (seguramente conjeturas) para eludir una borrachera".
Dichos artículos, como bien ha señalado Miqui Otero, "más que perderse en digresiones clínicas o poéticas, constituyen esa especie de guía maravillosa que se le chiva a un compañero de barra, ya que en muchos casos las reflexiones surgen de largas horas junto a coroneles condecorados en el arte de mirar el mundo a través de telescopios con forma de botella". Amis tenía claro, y lo evidencia con toda la contundencia a su alcance, que "la raza humana no ha descubierto otro sistema para eliminar barreras que resulte la décima parte de eficaz y oportuno a la hora de permitirte relacionarte con los demás en un entorno agradable: basta con interrumpir tu sobriedad". Por eso mismo podemos asegurar sin temor a equivocarnos, como hace Javier Pérez de Albéniz, que esta "apología del bebercio" está firmada por "un especialista, una esponja" que, "a juzgar por lo que cuenta, con el detalle que lo cuenta, y por la pasión que derrocha al contarlo, se lo debió beber todo".
Kingsley Amis, que no se fiaba de quienes no bebían, advierte en el prólogo que "la conversación, la risa y la bebida están conectadas de un modo especialmente íntimo y profundamente humano", y a demostrarlo consagró esta biblia etílica que no para de sumar adeptos. Para los espíritus más elevados (Gurpegui), Sobrebeber intenta "elevar a la categoría de filosofía existencial -no existencialista-, o si se prefiere de modo de vida, la ingesta de bebidas espirituosas". Para los más terrenales (Pérez de Albéniz), se trata lisa y llanamente de un libro "tan letal para el hígado como un gancho de Mike Tyson". Para mí, que ni vuelo tan alto ni me arrastro tan bajo, se trata de un irreverente (anti)manual en el que el lector no puede resistirse a subrayar frases como la siguiente: "La mujer y los demás parientes siempre están llenando la nevera, que consideran suya, incluso el congelador, de porquerías irrelevantes como la comida, sin ir más lejos".
Respecto al vino, Amis ya veía venir en el momento de redactar estos escritos (recordemos: hace entre tres y cuatro décadas) el floreo que terminaría imponiéndose: "Sigue los consejos de los tenderos, de los clubs de vinos, de los camareros que entienden y hasta de los periodistas especializados, pero ten siempre presente que el veredicto final es cosa tuya. De la misma manera que ciertos abogados mantienen sedados a sus clientes basándose en una sofisticada jerga legal, también hay esnobs del vino, supuestos expertos y vendedores celosos conspirando a tu alrededor para convencerte de que el tema es demasiado misterioso para ser abordado por una persona normal carente de asistencia continua. Esto es, por decirlo de una manera educada, una fantasmada".
En definitiva, Kingsley Amis fue, siguiendo el lenguaje empleado por nuestros ministros lenguarones, alguien que bebía por encima de sus posibilidades; un individuo que entendía la borrachera como una de las bellas artes para el que Sobrebeber fue la única manera alcanzable de sobrevivir.