Recuerdo que hace aproximadamente una década, el orondo Juan Manuel de Prada denunciaba desde las páginas de ABC lo que ya entonces se veía venir como una 'Cruzada contra los gordos'. Por lo tanto, no me sorprende que hace unos pocos días haya retomado el tema desde su poltrona en el suplemento dominical del vetusto diario, que ahora se hace llamar XL Semanal, gastando la misma retranca que la vez anterior. Tanto el artículo de entonces como el de ahora, inequívocamente entitulado 'Dieta', adornan sus denuncias con una cita políticamente incorrectísima parida por la mente preclara de otro geniecillo entrado en kilos, Edgar Neville, que aseguraba que el único régimen infalible es una estancia prolongada en un campo de concentración nazi.
Esta última defensa del sobrepeso puesta negro sobre blanco por el letraherido De Prada, que he ojeado en una manoseada gacetilla que andaba dando vueltas por la taberna, ha coincidido en el tiempo con otra apreciable humorada al respecto. Ricardo Moure, biólogo de la Universidad de Barcelona, se ha impuesto en la fase nacional del concurso de monólogos científicos Famelab gracias a una hilarante (mini)charla acerca de la venganza de los adipocitos, que es como se conoce en el argot profesional a las células encargadas de almacenar la grasa en el tejido adiposo, o sea, las grandes enemigas del culto al cuerpo.
Lo uno y lo otro vienen a sumarse a las provechosas obras (in)completas alumbradas por un batallón de espabilados tocapelotas que ha decidido plantar cara públicamente al catastrofismo ilustrado que asola los medios con el despreciable fin de convencernos de que el mundo está gordo (al menos un tercio de la humanidad, dicen) y que no hay mayor enemigo que la obesidad para el porvenir de la posmodernidad.
Estamos en pleno apogeo de la operación bikini y es por estas fechas cuando las dietas milagro hacen su agosto. Formamos parte, como reconoce Julio Basulto, de "una sociedad sobrepreocupada por su salud, por su peso y por su figura", y todavía hay quien se deja engatusar por cantamañanas como monsieur Dukan, que prometen imposibles milagros alimenticios a una población necesariamente crédula. Para combatir la cháchara de esos personajillos, despreciados por la comunidad científica internacional (todo hay que decirlo), los que acumulamos algunas lecturas guardamos desde antiguo un irrebatible mandamiento en la billetera: fue dictado por el doctor Gregorio Marañón en su nutritivo Gordos y flacos (1936) y dice así: "El obeso adulto, constituido, debe tener en cuenta que un adelgazamiento no será obra de un plan médico, sino de un cambio total de régimen de vida".
En esa misma línea se expresa el coñón Juan Manuel de Prada: "Pensamos que las dietas son para siempre, olvidando que los kilos son el amigo más fiel del hombre (¡y hasta de la mujer!): no importa cuántas veces reneguemos de ellos, no importa cuántas veces los dejemos plantados en cualquier esquina de la vida, los kilos siempre vuelven a nosotros, con ese gesto mohíno y enternecedor del perrillo apaleado, dispuestos a acurrucarse en nuestra cintura, para protegernos del frío". Sobre el temido efecto yo-yo, el escritor vizcaíno insiste: "Puede que los kilos huyan despavoridos al principio; pero, una vez abandonada su posición, no hacen otra cosa sino urdir estrategias para volver a abrazar al amigo que abandonaron a la ligera. Pueden tardar meses, incluso años, en volver a llamar a nuestra puerta; pero, cuando lo hacen, sabemos que nos abrazarán con un entusiasmo nuevo, arrepentidos sinceramente de su defección, porque el destierro los ha hecho más sufridos y abnegados, más resistentes e intrépidos".
El siglo XXI avanza inexorablemente pero la cruzada contra los gordos aún sigue cobrándose víctimas. La necedad generalizada hace buenas migas con el mercadeo de la dietética, y todavía se cuentan por millones los seres humanos que se prestan como cobayas a experimentos que solo devuelven disgusto y enfermedad. Para estar sano no hace falta pasar por un campo de concentración nazi. Ni siquiera es necesario perder esos kilos que al principio aparentan estar de menos y finalmente vuelven a estar de más. De momento, lo único científicamente comprobado es que el tratamiento más saludable contra el sobrepeso pasa por reírse ampliamente del tema. Por algo se empieza.