23.5.14

Un carajillo real

En el diccionario de nuestra nunca bien ponderada Real Academia Española puede leerse que el 'carajillo' es una "bebida que se prepara generalmente añadiendo una bebida alcohólica fuerte al café caliente", algo que definitivamente se ha convertido en uno de mis placeres cotidianos. La culpa no la tiene el café caliente, por mucho que me guste cuando se presenta en taza diminuta (solo, expreso, puro), sino la bebida alcohólica añadida, que en mi caso tiene nombre propio: Luis Felipe.

Según los centinelas de nuestra lengua, 'brandy' es una voz inglesa procedente del neerlandés 'brandewijn' (literalmente "vino quemado") que ha devenido en el "nombre que, por razones legales, se da hoy comercialmente a los tipos de coñac elaborados fuera de Francia y a otros aguardientes". De entre todos los que se producen en nuestro país, que ni son pocos ni cobardes, Luis Felipe Gran Reserva es, sin lugar a dudas, uno de los más especiales.

Carlos Morales fue el primer propietario de esa legendaria etiqueta y, tras su retirada en 1965, fue la familia Rubio quien se hizo cargo de su elaboración y comercialización, labor que sigue realizando en la actualidad la tercera generación de unos bodegueros que se las han apañado a las mil maravillas para mantener la calidad y, sobre todo, el aura mítica de un producto realmente singular.


La leyenda asegura que en 1893 aparecieron en una bodega de La Palma del Condado (Huelva) unas barricas de roble que contenían un brandy envejecido distinto a todo lo conocido hasta entonces. Aquellas barricas casi olvidadas estaban señaladas con la mención Luis Felipe por haber sido reservadas para el que fuera duque de Montpensier e hijo del último rey de Francia (Luis Felipe I), Antonio de Orleans, que residió en el sevillano palacio de San Telmo hasta 1890.

Desde entonces se ha mantenido su crianza artesanal mediante el sistema de solera y criaderas en botas de roble americano envinadas con olorosos y Pedro Ximénez muy viejos, que perpetúan el (in)superable nivel de un brandy que, en su versión más accesible, ronda los sesenta años de envejecimiento y que se ha granjeado una legión de fieles merced a todo lo que promete su nota de cata oficial: "Vista: color caoba oscuro muy intenso con ribetes dorados y reflejos ambarinos. Nariz: aroma suave de vainilla y de madera añeja bien envinada. Destacan los aromas de crianza, delicados y persistentes en vía retronasal. Boca: Abocado, suave, con mezcla de notas de amargor. Excelente final de boca y retrogusto. Redondo y equilibrado".

El carajillo que yo tomo (casi) a diario en la taberna es un perfecto ensamblaje integrado por un chorreón sin flambear de Luis Felipe, un sobre de azúcar blanquilla y una taza de aQtivus de intensidad 8, extraído de una cápsula monodosis de café molido de tueste natural elaborado en Campo Maior (Portugal) por Delta, cuyo contenido aumentado de cafeína procede exclusivamente de ingredientes naturales (guaraná y ginseng). Pero eso importa poco: en un carajillo común, lo imprescindible es un buen café; en un carajillo de Luis Felipe, el café es lo de menos.