2.5.14

David de Jorge (y su atracón a mano armada)

De: Bacorro



Caro David:

Permíteme confesar, antes de que se me haga tarde y la eche en el olvido, mi absoluta incomprensión ante tus constantes contrasentidos. Solo a ti, que te las das de travieso paladín del yantar lúdico y desenfadado, se te pudo ocurrir nombrar a un manual comidista con el contradictorio y desconcertante título Con la cocina no se juega. Viéndote venir, dan ganas de espetarte lo de Julio César al ingrato Bruto: "Tu quoque, fili mi!". Por lo menos, podrías aplicarte el cuento, macho, pues desde que te subiste a las barbas de la popularidad tienes a medio país estrujándose las meninges en una feroz competencia por ver quién aliña la guarrindongada más guarrindonga. Y pienso yo que comer debe de ser otra cosa: ni las extravagancias propias de los bullipollas ni las erupciones que tu enfermiza inventiva trata de endilgarnos, vamos.

Recuerdo que, en mi época de (mal) estudiante universitario, una profesora con reminiscencias de maestra solía despreciar a los alumnos díscolos recalcando(nos) que ellos habían pasado por la universidad sin que la universidad hubiera pasado por ellos; y cada vez que vez pierdo el tiempo siguiendo tus involuciones televisivas me asalta la sensación de que aquel acertadísimo diagnóstico cobra pleno significado en casos como el tuyo. Es bien sabido que tus arrobas han desfilado por entre los fogones de algunas de las cocinas más distinguidas al norte y al sur de los Pirineos, pero igualmente salta a la vista que la sabiduría acreditada por sus respectivos chefs no ha dejado la más mínima huella en tus quehaceres cotidianos.

Posees, y créeme que eso es lo único admirable de tu caso, el don de la ubicuidad mediática. Pocas veces se llegó a tanto con tan poco, pero recuerda que eres mortal; que antes de que tú te dieras de bruces con este estercolero hubo otros rostros y otros nombres que se creyeron eternos, cuya sola mención provoca hoy en día vergüenza retroactiva. Has de saber que los graciosos también se mueren, y que los graciosetes lo hacen antes aún, castigados en vida por el caprichoso olvido. "Parece que hay sitio para un asilvestrado en la tele", proclamas en las entrevistas a modo de (auto)defensa, henchido de orgullo y satisfacción. Y añades: "Lo mío es vodevil, puro cabaret guarro y no visto sotana [...]. Hago mis platos, guiso, transmito mis inquietudes al respetable". Según el gran Quim Monzó, que de echarle cuento a los asuntos sabe un rato, lo que haces en la tele es darnos "una lección de lo bueno que es comer sin bobadas tecnoescalofriantes". Y, sinceramente, eso te honra. Pero tengo la impresión de que, a tu singular manera, cometes los mismos pecados que aquellos a los que castigas sin piedad.

Cuando leo cualquiera de tus latigazos dialécticos, siento que eres uno de los míos (uno de los nuestros, si nos ponemos cinéfilos). Frases del tipo "la tonta gastronomía contemporánea, que me tiene hasta las pelotas", "el envoltorio intelectual me pone de muy mal gas, no soporto las dosis extras de misticismo" o "cuando se nos llena la boca de baba y la gastronomía se convierte en la garrocha de unos pocos, dan ganas de enchufarles una manguera de caca de gallina o de liarse a hostias, como en los grabados del pobre Goya", las puede suscribir cualquiera que tenga, cuando menos, un par de dedos de frente. Mas nunca he creído que para empatizar con el vulgo haya que caer en la chabacanería. Tu vocabulario y, por extensión, tu literatura son (cuasi) pornográficos, escandalosamente escatológicos, aptos para todos los públicos pero especialmente para aquellos sujetos pasivos que se sientan a verlas de venir en el último escalón de la pirámide alimenticia. Combates las naderías de la crema de la intelectualidá gastronómica a base de coces y exabruptos. Y tampoco es eso.


"Con simpatía, franqueza y sin engolamientos ni jergas displicentes", sostiene Sergi Pàmies, "David de Jorge prueba, sazona, corta, pregunta, felicita, sopla, descubre, sirve, recomienda, aliña, sonríe, recuerda y blasfema". Y, por la cifra de fieles que cumple a rajatabla tus mandamientos, se ve que su mensaje ha calado, aunque yo no lo tengo tan claro. Te sueles quejar, y con razón, de esa prensa que tú llamas "del régimen, del régimen gastronómico patético, que nos bombardea con sus genialidades [las del ínclito Adrià y sus adláteres] y convierte en aborrecibles sus constantes juegos sobre el alambre". Pero te quejas (bastante) menos cuando esa misma prensa, o al menos la parte más gamberra que en ella se incrusta, se rinde a tus discutibles encantos y te piropea sin conocimiento. Esos a los que tú denominas 'egochefs' se han convertido en una de tus dianas favoritas y, sin embargo, a mí me cuesta horrores separar tu figura de la suya, ¡qué le voy a hacer! Deduzco por tus palabras que pretendes, pizca más o menos, recrear lo que Karlos Arguiñano lleva haciendo durante décadas, pero mucho me temo que aún no has dado con la tecla. Lo que borda tu paisano es una cocina sencillamente tradicional, pegada al día a día del pueblo, pero sin despreciar a sus colegas más aventajados, con quienes suele retratarse, juntos pero no revueltos. No sé si me explico. Lo que quiero decir es que, entre la asepsia de un anuncio de compresas y las cochinadas de Torrente, hay un punto medio en el que no pareces haber reparado, a lo que se ve.

Con todo, lo que más me distancia de tus postulados es esa trasnochada jerigonza que gastas para expresarte, que parece extraída con bisturí del anacrónico Tocho cheli de Ramoncín. Especialmente rechazado me siento cuando atacas una botella de vino desde esa bodeguilla que has dado en llamar La Copa Deivi's, cuyas notas de cata harían ruborizarse a los adalides del bebercio académico. Para refrescar la mente del respetable, aquí dejo como muestra una retahíla entresacada de tus reseñas vinícolas publicadas solo en el mes de abril: "Un chute contra la calorina"; "ramalazo anisado a hinojo que nos chifla"; "¡entra como un cañón del Navarone!"; "tope molón"; "para darse el homenaje en una comida de copetín"; "estará que se sale del mapa"; "acidez fetén"; "porrón de ciruelas"; "tope untuoso, con un equilibrio entre el dulce y el ácido de rechupete"; "inicio o remate feliz para cualquier cuchipanda que se precie"; "un precio pelotudo de veras"; "invita a seguir trincando de lo lindo"; "bebercio caprichoso"; "minerales, como el alimento del héroe Súper Ratón"; "un final floral que alucinas"; "la pinocha que gasta es sutil y compleja, repletica de ciruelas"; "¡qué ricura!"; "refresca el gaznate que no veas"... Y en ese plan.

En fin, estimado Robin Food, tu corpus teórico y tu manera de hacerlo entender son tan rancios que incluso tu grito de guerra favorito, '¡Viva Rusia!', se me antoja hoy más extemporáneo que nunca. Yo que tú me lo haría mirar, porque a lo mejor todavía estás a tiempo de aplicarte esa advertencia de Oteiza con la que firmas algunos de tus emails: "No malogres tu carrera de perdedor con un éxito de mierda".

Recibe un abrazo, solo por la parte delantera (pues mis extremidades nunca alcanzarán a rodearte), de tu sabrosón admirador, Bacorro.


P.S.: Enhorabuena por las arrobas perdidas desde que te pusiste a dieta y ánimo para lo que ha de venir: si en los últimos meses te has quedado en la mitad de lo que eras, con un poco de suerte en otro tanto te quedarás en nada. Eso que saldremos ganando.