El tabernero me ha propuesto hoy llevar a cabo una (mini)cata vertical (ya sabes, buscar las siete diferencias entre distintas añadas de una misma referencia) como lúdico desengrase de la rutina diaria; y yo, que huyo del aburrimiento como de la peste, me he dejado hacer. La (a priori) excitante propuesta consistía en dar cuenta de sendas muestras de Penta, correspondientes a las añadas de 2009, 2010 y 2011, pero su desarrollo ha resultado (mucho) menos provechoso de lo esperado, principalmente por culpa de la nula personalidad de un vino excesivamente encorsetado por su diseño conceptual: el artificio se hace llamar así, Penta (elemento compositivo, del griego 'πεντα-'), porque está integrado por un coupage de cinco variedades de uva; porque su crianza en barrica de roble gabacho alcanza los cinco meses; y porque, rizando el rizo de la gilipolluá, pretende estimular los cinco sentidos. Total, mi gozo en un pozo: ni el vino ni el jueguecito de marras me han hecho tilín.
Por lo que respecta al caldo, lo justo sería adelantar que se trata de un mero soldado raso dentro del nutrido ejército de etiquetas con el que combate Pago del Vicario, una bodega con cuartel general en Ciudad Real (junto a la ribera del río Guadiana, en las primeras estribaciones de los Montes de Toledo) y comandancias en la Alpujarra almeriense y El Bierzo leonés. Las variedades empleadas para la consecución de Penta, procedentes de vendimias nocturnas y con vinificaciones individualizadas parcela a parcela, solo son agrupadas en la fase final de su proceso de elaboración; y esta circunstancia, sumada a la heterogeneidad de los suelos de las veintinueve parcelas en las que se divide el pago, se convierte en la principal causa de su indefinido carácter. Así las cosas, el hecho de que en la añada 2011 cabernet sauvignon y syrah fueran sustituidas por garnacha tinta y graciano no supuso la más mínima ventaja para un coupage que, siquiera por eso, debería haber superado sus primigenias hechuras bordelesas, ganando en españolidad y potencia.
Muy al contrario, este proyecto dirigido por la saturniense Susana López Mendiondo peca de impersonalidad precisamente en aquellos aspectos que deberían conformar sus señas de identidad, lo cual evidencia que, si alguna semilla dejó Peter Sissek en la responsable enológica de Pago del Vicario durante su matrimonio de conveniencia en Clos d'Agón, desde luego no es este Penta la criatura en la que se hace notar. Sirva como muestra un botón: desde la web oficial de la bodega se habla de un vino "muy frutal" en boca, "con notas de menta y cacao (aftereight)", "recordando mousse de fresa y nata". O sea, menta y cacao y fresa y nata; demasiado postre para tan poco alimento; el ser y la nada, que diría Sartre.
En cuanto a mi humilde experimento tabernario, la batalla la ha ganado de largo el 2009, cuyo periodo de guarda en botella ha multiplicado las (escasas) excelencias de su paso por barrica, una eventualidad que ha permitido que las especias de la madera compensen la vaguedad de semejante ensalada de frutas. Algo que aún no se ha producido en el caso del 2010, que de propina ofrece un ataque en nariz ligeramente desagradable, ni en el del 2011, al que unos meses más de reposo le sentarán de escándalo.
Penta
2009, 2010 y 2011
Tempranillo, Cabernet Sauvignon, Syrah, Merlot y Petit Verdot (2009 y 2010)
Tempranillo, Garnacha tinta, Graciano, Merlot y Petit Verdot (2011)
5 meses en barricas de roble francés
5 meses en barricas de roble francés
14,5% alcohol
Vino de la Tierra de Castilla
Pago del Vicario, Ciudad Real, Castilla La Mancha, España