En la taberna nunca caerían en el mal gusto de agasajarme con un filete ruso abrasado de esos que los yanquis rebautizaron como hamburguesas después de que la carnaca en cuestión hiciera escala histórica en el puerto alemán que le prestó su nombre para los restos; ni siquiera se dejarían llevar por la tentación de ofrecerme uno de esos (mini)sucedáneos del steak tartare que han asaltado la cocina española de vanguardia en forma de emparedados de chichinabo para mayor gloria de florilegios gastronómicos varios. Concedamos el beneficio de la duda de que en el cielo seremos todos iguales pero en la tierra, por ventura, todavía hay clases... y congéneres que las respetan. Lo que sí me ha servido hoy el tabernero en bandeja ha sido un nuevo capítulo de la cansina (intra)historia de la comida rápida.
Por lo visto, alguien que en la blogosfera patrocinada se hace llamar El Comidista, y por cuyas venas corre la misma sangre que una (presunta) vieja gloria del baloncesto patrio, ha resucitado hoy la antediluviana polémica en torno a la porquería comestible al acercar al populacho español el caso de un maestro de escuela estadounidense que ha demostrado que se puede (mal)comer durante tres meses seguidos en McDonald's y, además de salir indemne del intento, hacerlo dejándose por el camino diecisiete kilos sumados a un tercio de esa entelequia médica que conocemos vulgarmente como colesterol malo.
El sujeto en cuestión atiende por John Cisca (sin cachondeo: nada que ver con la acepción pronominal de nuestro noble verbo 'ciscar') y su experimento hiede (con perdón) a la legua: zampó en McDonald's, sí, pero poco y con criterio, controlando las calorías ingeridas; y acompañando su particular dieta de considerables dosis de ejercicio. O sea, hizo trampas y, de paso, comió de gorra durante un trimestre. Lo que en mi pueblo catalogamos, sin miramientos, como un listo. Así que, la científica investigación que pretende dar al traste con lo denunciado en los últimos años por insoslayables documentos audiovisuales como 'Super Size Me' o 'Fast Food Nation' no es más que el enésimo intento de la franquicia de los huevos de oro por lavar su imagen ante una opinión pública más que escamada con las discutibles prácticas de este y de otros cuantos gigantes de la alimentación masiva.
Lástima que, entre sus multimillonarias campañas de blanqueamiento, se hayan colado pifias como la que conocíamos hace unos días de la mano de Íñigo Sáenz de Ugarte: algún topo de estómago desagradecido reveló que McDonald's advertía a sus propios empleados en mensajes internos de los riesgos de sus viandas superventas: "Las comidas rápidas son rápidas, de precio razonable y alternativas permanentemente disponibles a la comida casera. Aunque las comidas rápidas son convenientes y económicas para un estilo de vida atareado, son generalmente altas en calorías, grasas, grasas saturadas, azúcar y sal, y pueden poner a las personas en riesgo de sobrepeso". O sea: 'No comas comida rápida, es malo para ti', viene a decir papá McDonald's a sus hijos adoptivos.
Así pues, tras la efímera gloria alcanzada por el episodio protagonizado por el ínclito Cisca no se vislumbra nada nuevo bajo el sol alimentario: en la batalla por controlar el papeo mundial siempre habrá (al menos) dos bandos irreconciliables, animados recíprocamente por pequeñas escaramuzas como las aquí relatadas, mas ninguno de ellos impedirá que la comida basura siga siendo comida y, al mismo tiempo, basura.