31.5.14

K-naia 2011, 2012 y 2013

Hubo un tiempo en el que, como rememoraba no hace mucho José Peñín, el vino de Rueda "recordaba a los 'sobretabla' jerezanos antes de entrar en las andanas de botas, por su juventud, pero sin ningún rasgo frutal"; un tiempo en el que la variedad verdejo se utilizaba para llenar "garrafones de un blanco grueso, potente y un poco campesino"; un tiempo en el que la ecuación Rueda más verdejo equivalía a un caldo "sabroso, campechano, corpóreo, con la acidez justa y ese gusto amarguillo que lo diferenciaba" que "representaba la esencia castellana, su sobriedad, la imagen de vino honrado, vino de pueblo".

Pero llegó otro tiempo en el que, como también recordaba Peñín, Paco Hurtado de Amézaga introdujo en Rueda una casta providencial para equilibrar las cosas: la sauvignon blanc. Corría 1974 cuando el capitoste de Marqués de Riscal comenzó a poner en práctica sobre las tierras castellanoleonesas las pruebas realizadas en Burdeos por su maestro Emile Peynaud, quien defendía que "la rusticidad y la sobriedad de la verdejo habría que domarla con la elegancia y aroma de la sauvignon blanc".

Viene esto a cuento porque hoy he participado en la taberna en una (mini)cata vertical de uno de los actuales superventas de la Denominación de Origen Rueda, el desenfadado K-naia (más estimulante fonética que gráficamente), cuyas numerosas virtudes se asientan sobre una notable mezcla de verdejo (85%) y sauvignon blanc (15%). Lo cual que el tabernero y yo nos hemos enfrentado, mano a mano y sin cuadrilla, a sendas copas correspondientes a las añadas 2011, 2012 y 2013, con resultados que demuestran que los años no pasan en balde y que entre la juventud y la vejez está la verdadera flor de la vida, la madurez.


Antes de nada, conviene saber que K-naia es el vino más personal (no el mejor, ni mucho menos) de Bodegas Naia, una factoría instalada desde 2002 en La Seca (Valladolid), término considerado alegremente, en parte por lo relatado más arriba, como el grand cru de Rueda. Bajo la dirección técnica del prestigioso Eulogio Calleja y la supervisión enológica de Cristina Bosch, se trabajan algo más de una veintena de hectáreas enclavadas en la meseta castellana, situada entre setecientos y ochocientos metros sobre el nivel del mar con una influencia continental y mediterránea que la condena a sufrir los extremos propios de las estaciones, con una diferencia térmica de casi cincuenta grados entre el crudo invierno y el verano seco y cálido. Además, la escasa pluviometría anual convierte las cepas en resistentes naturales y favorece el equilibro entre grado y acidez de los racimos de verdejo, que son los que dominan el viñedo.

Las cepas destinadas a la elaboración de K-naia, de entre quince y veinte años de antigüedad y alimentadas por suelos arcillo-calcáreos y arcillo-arenosos entremezclados con cantos rodados, se vendimian por la noche y, en su mayor parte, de forma manual. Ya en la mesa de selección, se separan solo los racimos que tienen una maduración óptima para ser enfriados posteriormente en cámara y, en algunos casos, llevados a pre-congelación para que, a través del frío, los componentes aromáticos del hollejo pasen a la pulpa de la uva.

Hablamos de un bebercio canalla nacido con vocación de masas que ni puede ni quiere esconder sus intenciones, como se comprueba leyendo su contraetiqueta bilingüe: "Creado para gustar a todo el mundo, este vino, intenso y refrescante, reparte sensaciones de fruta blanca y balsámicas. Es fácil de beber, amable, sin complejos, aunque no oculta su estirpe castellana, ni el pronunciado carácter de la uva Verdejo. Un toque sutil de aguja completa su atractivo perfil".

El ínclito Peñín defendía hace unos meses en un decálogo sobre las que deberían ser las actitudes del ciente in (haciéndose eco de una opinión muy extendida) que lo más aconsejable es "pedir un albariño de Rías Baixas o un verdejo de Rueda de 2 años", pues "estas dos variedades por su complejidad y estructura desarrollan mejor sus valores varietales al segundo año". Y tanto el tabernero como un servidor hemos concluido nuestra particular (mini)cata vertical dándole la razón al gurú doméstico, aunque con matices. El tono dorado de la copa correspondiente al 2011 advierte que ya ha sido superada su fecha de consumo preferente, y la nariz refrenda esa certidumbre: los aromas brillan por su ausencia. Contrasta esa sensación con el amarillo pálido del 2013 y su potencia frutal y herbácea. Pero el hecho definitivo que permite tomar partido por uno o por otro se produce a su paso por boca: el 2011 lo hace con discreción, un tanto apagado, aunque plenamente disfrutable; el 2013 atropella por culpa una juventud demasiado ácida; sin duda, el trago más agradable llega con el 2012, en el que la ligereza y la frescura se manifiestan en su punto álgido.

Si hubiera que concluir con una moraleja, como las adorables fábulas de Iriarte y Samaniego, podría valer esta: no son recomendables ni la prisa ni la ansiedad por los vinos recién embotellados, ni siquiera en el caso de blancos y rosados, pues las más de las veces guardan en su interior una fiera sin domesticar cuya agresividad solo es aplacada, generalmente, con el paso del tiempo.


K-naia

2011, 2012 y 2013

Verdejo y Sauvignon Blanc

13,5%, 13% y 13% alcohol

DO Rueda

Bodegas Naia, La Seca, Valladolid, Castilla y León, España