22.5.14

El advocate Gutiérrez

Luis Gutiérrez Santo Domingo se sumó hace un año al panel de críticos de The Wine Advocate en sustitución de Neal Martin, que se había dedicado a regalar puntos a diestro y siniestro y que, a su vez, había reemplazado a Jay Miller, que dimitió como consecuencia de que su capacidad crítica fuera puesta en duda. De esta forma, la publicación presidida por Robert Parker y dirigida por Lisa Perrotti-Brown encomendaba por primera vez la valoración de los vinos de un país (en este caso, España) a un catador nativo y, de paso, derribaba una barrera que hasta entonces parecía infranqueable: por fin un apellido español se codeaba con los gurús anglosajones. Como colofón, el fichaje de Gutiérrez suponía un duro golpe de mister Parker a su competidora más directa, la británica Jancis Robinson, en cuya publicación digital venía colaborando el exinformático abulense desde hacía un par de años.

Cofundador de elmundovino.com, donde publicó asiduamente junto a Víctor de la Serna (quien lo define como "totalmente incorruptible"), Juan Manuel Ibáñez, Ignacio Villalgordo, Jens Riis o Juancho Asenjo, hasta convertirla en una de las fuentes de información y opinión vitivinícolas más caudalosas y ¿puras? de nuestro país, en el currículo de este wine writer (así es como se presenta en sus tarjetas de visita) figuran, además, el premio Nacional de Gastronomía 2012 a la mejor labor periodística, destacadas actuaciones en concursos internacionales de cata por parejas y por equipos, y un par de libros sobre el vino, firmados siempre en colaboración con otros autores.


Aunque no es la primera vez que desvela los secretillos (confesables) de su nueva responsabilidad, que también afecta a los vinos de Argentina y Chile, ha sido ahora cuando ha concedido su primera entrevista "in extenso" como catador de The Wine Advocate, realizada por Fernando Lázaro y publicada en La Posada, suplemento de la edición regional de El Mundo en Castilla y León. En la entradilla a dicho cuestionario se advierten ya sus preferencias ("aprecia los vinos finos y elegantes y aborrece la excesiva concentración y la madera") y se ofrecen abrumadores datos que nos acercan a su titánica tarea: "por sus narices pasan cada año alrededor de 4.000 vinos".

El tabernero y yo hemos rastreado hoy sus respuestas con la (vana) ilusión de extraer algunas conclusiones acerca del zeigeist del vino y su manera de abordarlo, pero hemos llegado al punto y final más desconcertados que al principio, tras un viaje que nos ha obligado a hacer paradas en la risa, la vergüenza ajena, el escándalo y, por qué no decirlo, una (mínima) admiración. Veamos.

Para empezar, Luis Gutiérrez adelanta una (in)creíble aclaración destinada a los más suspicaces: "Sigo siendo el mismo: sigo teniendo las mismas ideas y nadie se debe sorprender". Sobre su rutina diaria, regala algunas explicaciones pertinentes: "Yo no puedo catar en un minuto y medio un vino porque ahí es donde se cometen los errores...". Lo dice, en cualquier caso, para justificar su ritmo laboral: "Es muy variable, porque hay que hacer mucho trabajo de selección y de coordinación, y mucho de escribir y de editar... Hay días que no cato ningún vino y hay otros que cato cien, el día extremo... Pero eso no tiene ninguna gracia ni se lo recomiendo a nadie". Por supuesto. ¿Cómo fiarse de la opinión sobre un vino catado tras hacer lo propio con otras varias decenas? ¿Resulta igual de fiable la valoración del décimo que la del centésimo?

Cuando llega al espinoso tema de la cata a ciegas, el flamante secuaz de Parker comienza a titubear: "No, por una cuestión de simplificación logística. Ya catar la cantidad de vinos que tengo que catar es complicadísimo y, por mucho que soy meticuloso, cometo un montón de errores, me equivoco en datos, añadas, nombres... por el volumen tan bestial de vinos que tenemos que probar, y estoy fatal de tiempo haciéndolo así... Si lo catara a ciegas tardaría el doble y cometería muchísimos más errores". Milongas, naturalmente, para apostar sobre seguro. Respecto a los condicionamientos de las etiquetas, sirve unos centilitros de desvergüenza revestida de sensatez: "Creo que soy capaz de ser bastante objetivo, pero todo esto al final es subjetivo, estamos hablando de opinión. Y esto es algo que también la gente debería de entender: todo esto no son ni dogmas de fe ni verdades absolutas, son opiniones. El ver la etiqueta y saber qué vino estás probando ayuda a meterlo en el contexto y a entenderlo. Todo tiene su parte positiva y negativa, sus ventajas e inconvenientes, sus riesgos, porque en la cata a ciegas, sobre todo si es muy rápida, puedes cometer muchos errores y que se te pasen cosas, mientras que si estoy catando algunos vinos que sé lo que son, hay botellas que si las cato en casa las pongo el tapón, las meto en la nevera y las vuelvo a probar por la noche, y luego la vuelvo a probar mañana. ¿Es mejor o peor? Es distinto. La cata a ciegas saca muchas cosas y con la etiqueta vista se sacan otras, es diferente. Lo ideal sería catar al principio a ciegas y luego recatar todos, pero claro...". Clarísimo.

Gutiérrez ya conocía de sobra cómo está el percal más allá de nuestras fronteras pero ahora que su sueldo es aflojado por una multinacional de la prescripción vinícola maniatada por numerosos conflictos de intereses se ve obligado, más que nunca, a bajarnos los humos: "En general, las zonas españolas tienen bastante menos peso del que nosotros nos pensamos. Hay una tendencia a creerse el centro del universo, no es exclusivo nuestro, suele ocurrir en casi todos los sitios y en los latinos más. Ribera del Duero tiene una imagen mucho más fuerte en España que en el resto del mundo, de eso no hay duda. Rioja es más conocido fuera, pero al final la gente conoce casi más algunos productores que las regiones". ¿Nuestro futuro? Incierto, como poco: "El potencial está claro que está ahí, otra cosa es que se trabaje de una forma correcta para que este potencial llegue a los vinos, y aquí creo que hay todavía bastante por hacer... Se ha crecido de una forma un poco rápida, un poco desbocada, la viticultura no se ha hecho demasiado bien y al final un gran vino es el resultado de muchos pequeños detalles, y si vas pasándote todos esos detalles no cabe cualquier cosa". Resumiendo, parece ser que nos falta perspectiva: "Nosotros nos creemos mucho más de lo que nos consideran por el mundo. ¿Por qué? Porque no tenemos la visión, la realidad de cómo está el mundo, para eso hay que viajar, hay que dedicarle mucho tiempo, dinero, esfuerzo...".


Con todo, el nuevo integrante del bufete Parker tiene que hacer verdaderos malabarismos para no entrar en contradicciones con la voz de su amo a la hora de enumerar las características que determinan la excelencia de un vino: "Tiene que expresarse, tiene que hablar, tiene que tener su personalidad, tiene que hacer que te entren ganas de querer comprarte una caja rápidamente, independientemente de lo que cueste...". Inmediatamente, el entrevistador acota: "¿Vinos más bebibles?". Y Gutiérrez prosigue acongojado su camino sobre el alambre: "Ahora mucha gente habla de vinos más bebibles, los vinos se tienen que beber, no se tienen que catar y, efectivamente, es un tema importante. Si la gente compra vinos porque impresionan mucho, porque son muy potentes, muy concentrados y luego resulta que cada vez se está comiendo más ligero y te das cuenta de que esos vinos los tienes en tu bodega y no los descorchas nunca...". Entonces, pregunta Fernando Lázaro, "¿qué es un 100, la máxima puntuación posible?".

Ante la pregunta del millón (de dólares), lo deseable hubiera sido una respuesta veraz, pero Luis Gutiérrez se descuelga con huecas ambigüedades: "Un 100 es un vino que es realmente único y excepcional, que me emociona, o sea que me pongo nervioso cuando pruebo ese vino, como cuando eras pequeño y descubrías un deporte y entonces te volvías loco y estabas todo el día con él... o en música, cuando oyes un grupo nuevo y te compras todos sus discos, una cosa así. Te entra una locura con un vino, independientemente de lo difícil que sea de encontrar, de lo que cueste: este vino lo quiero, quiero beberlo, quiero encima enseñárselo a mis amigos, quiero compartirlo". Lo que nos temíamos en la taberna: un capricho, generalmente moldeado por maniobras orquestales en la oscuridad (ya que estamos con la música) pero, en ningún caso, juzgado en función de parámetros medianamente objetivos. 

Tras apurar el último trago de una entrevista que se anunciaba como si con ella se iniciara una nueva era, el tabernero y yo hemos concluido que, mientras no se demuestre lo contrario, lo más rescatable es la aclaración hecha al principio del cuestionario: las opiniones de Luis Gutiérrez valen hoy exactamente lo mismo que hace un año, aunque cuesten algo más: no son las de un mesías llegado para resucitar el prestigio del vino español a corto plazo sino las de un simple aficionado que ha probado muchos más caldos que la media y los ha convertido en materia de estudio. Nada más. Y nada menos.