31.12.13

Tanto (y tan provechoso) por ciento

Las infografías de Wine Folly, un site de Seattle entregado con afán a divulgar la cultura del vino, son tan desenfadadamente didácticas que uno no puede sino caer rendido ante su evidente encanto. El blog desarrollado por Madeleine Puckette y compañía se encarga, cada cierto tiempo, de colgar en la red una lección vitivinícola reventona de colorines y diagramas para que los legos en la materia tengamos a nuestro alcance algunas herramientas con las que ir abriéndonos paso en la amenazadora selva enológica. La última en la que me he sumergido mientras navegaba por el océano internáutico sin salir de la taberna es una ilustradora comparativa del porcentaje de alcohol contenido en una frasca de vino respecto al que alojan otros destilados: para caer en la cuenta del (escaso) daño que nos hacemos con cada trago.

30.12.13

Con un par (o no)

Las portadas de Metrópoli, la revista de ocio que se entrega conjunta e inseparablemente con el diario El Mundo desde que tengo uso de razón (periodística), han sido reconocidas como uno de los '25 Influential Moments in News Design' y su diseñador, Rodrigo Sánchez, acumula tantos galardones como el resto de sus competidores juntos. Cada año por estas fechas, a la hora de empaquetar la oferta gastronómica de la capital del reino de España, el talentoso portadista le echa al asunto unos huevos (con o sin puntilla) que para mí los quisiera yo cuando me dispongo a teclear naderías.


De propina, y rizando el rizo del protocolo, este año ha reinventado el traje de etiqueta para recomendar las mejores cenas de la Nochevieja madrileña; ya que no podré dar cuenta de ninguna de ellas, me consuelo en la taberna hojeando sus gastronómicas obras de arte, que alimentan siquiera sea metafóricamente.

28.12.13

n1 Blanco Macabeo 2012

A los visitantes interesados en conocer el devenir de la flamante bodega extremeña n1 Gourmet, su página web les lanza una solemne advertencia que yo percibo como simple vanagloria genealógica mal acentuada ("Para saber quienes somos, tenemos que saber de donde venimos"), a la que sucede una novelesca retahía (corta)pegada de otro alojamiento digital doméstico:
"Desde su infancia, Thomas Reynolds se sintió atraído por el mar y soñaba con viajar en los grandes navíos de guerra que veía con frecuencia en el puerto de Farleigh. En dicho puerto, sus padres tenían un comercio para suministrar víveres y vino de Oporto a la Armada Británica. Thomas Reynolds continuó con el comercio familiar, llegando a desarrollar un importante negocio con la venta de efectos navales a los barcos de la Armada Británica, destacando la venta de vino de Oporto, que importaban directamente de una bodega portuguesa a partir de 1820. En 1825, la familia Reynolds-Hunter viajó a Portugal, para establecerse en Oporto, donde fundaron una Compañía de vinos llamada 'Thomas Reynolds & Company Ltd.' A partir de entonces utilizaron sus propios almacenes de Oporto para enviar el apreciado vino, y otros productos a su comercio de Londres. Thomas y sus hermanos Robert y William comenzaron a comerciar con el corcho, y a viajar hacia el sur de Portugal, buscando tapones para las botellas, y del Alentejo portugués pasaron a España. Esta filosofía de vida y trabajo en torno al vino se fue extendiendo a lo largo de los años, heredándose de generación en generación y convirtiéndose en una referencia en la zona del Alentejo portugués para ampliarse posteriormente a tierras españolas".

Aunque no encuentro la conexión por ningún rincón de la web, supongo que los jóvenes emprendedores que ahora han resucitado la pasión vitivinícola de la familia son descendientes de los Reynolds de toda la vida; al menos, de aquella rama que se asentó en Portugal antes de establecerse definitivamente en España, donde hoy han elegido la extremeña Tierra de Barros para seleccionar la uva con la que producir unos caldos modernos pero impersonales que lo fían (casi) todo al mercado exterior: su "punto de mira" está orientado a países como EEUU, Canadá, Brasil, Rusia, China, Japón o Corea del Sur, según confiesan ellos mismos. Y parece lógico que así sea, pues se me antoja que les va a costar mucho llegar a ser profetas en su tierra (de adopción, se entiende), ya que sus creaciones adolecen de todos y cada uno de los males que aquejan a los vinos parejos producidos en su área de influencia.


Hoy he catado en la taberna su Blanco Macabeo, un aguachirle cuasi incoloro y lamentablemente insípido que el departamento de mercadotecnia de la bodega malvende como un "vino muy pálido de color amarillo pajizo con tonalidades verdosas", aunque desafío a cualquiera que se someta al mal trago de echárselo para el cuerpo a descubrir en él esos matices. Igualmente exagerado parece el juicio olfativo de la ficha de cata corporativa: "Tiene una nariz potente, con aromas frutales donde podemos destacar manzanas maduras con toques de piña", nos dicen, y, aunque no merece la pena picotear en el mercado frutícola para dar con los aromas que desprende este blanco joven, créeme si te digo que la potencia nasal referida no se desprende del caldo por más vueltas que se le den a la copa. Mas lo hasta ahora relatado resulta insignificante comparado con lo que se nos cuenta acerca de su tránsito bucal: "Bien estructurado en boca presenta una acidez bien integrada que le da frescura. Es untuoso y largo, quedando al final un recuerdo frutal muy agradable"; todo lo cual es una auténtica tomadura de pelo, pues se trata de un vino sin estructura, ligero, corto e intrascendente, que será tan fresco como lo permita el refrigerador que sufra su presencia, pero no más.

Desde la casa madre se nos aconseja maridar el engendro con "pescados, mariscos, embutidos y verduras", aunque lo verdaderamente recomendable sería acompañar esas viandas con cualquier otro vino digno de ser así llamado. De hecho, si me invitaran de nuevo a beber este n1 Blanco Macabeo, lo rechazaría con la misma serenidad que Bartleby, el escribiente de Melville, daba largas a los requerimientos de su patrón: "Preferiría no hacerlo".


n1 Blanco Macabeo

2012

Macabeo

12% alcohol

DO Ribera del Guadiana

Bodegas N1 Gourmet, Badajoz, Extremadura, España

27.12.13

Música de taberna

Ando enfrascado en las Maneras de ser periodista de Julio Camba, recopiladas por Francisco Fuster y editadas con primoroso esmero retro por Libros del K.O., y en ellas me topo con un párrafo que ahora me viene al pelo:
"La música de café debe ser una cosa así como la literatura de café; es decir, como la literatura de periódico: fácil, amena y digestiva. Un poco mejor que el café; pero nunca completamente genial. Debe acompañar la conversación sin interrumpirla, y no debe expresar jamás grandes ideas, porque las grandes ideas están fuera de lugar en el café. Si en una reunión de café se levanta alguien a exponer grandes ideas, todo el mundo se le echa encima, diciéndole que no se ponga trascendental. ¿Por qué han de ponerse trascendentales los músicos de la orquesta? ¿Que ellos saben interpretar a Beethoven? También yo sé, tal vez, interpretar a Salustio, y, sin embargo, no lo interpreto en el café. En el café no hay que ser sabios: hay que ser frívolos y alegres".


Rumio la tesis cambiana según me adentro en la taberna, preguntándome si lo que era válido para un bohemio café castizo será igualmente aplicable a este paraíso del bebercio del siglo XXI mientras me asaltan las notas de 'Les yeux noirs', una saltarina pieza instrumental interpretada por Coco Briaval. Se trata de una paradigmática muestra de swing gitano, en la que, sobre una sección rítmica de infarto, se encabalgan graciosamente las guitarras de los Briaval, una familia francesa en la que los hijos heredaron el talento de sus padres para dedicarse, juntos y sin embargo revueltos, a prorrogar las excelencias del jazz manouche popularizado en los años 30 del pasado siglo por Django Reinhardt, en cuyo entorno se movió la matriarca del clan que nos ocupa y a quien se homenajea directamente en la recreación que ahora alimenta mis dudas.

Mientras le sigo dando vueltas al asunto, se cierran los 'ojos negros' de ecos reinhardtianos y continúa el tabernario viaje de la 'Gypsy Caravan' recopilada por Putumayo Records en 2001.

26.12.13

Cuento de Navidad

El Hombre llevaba algunas semanas dejándose caer por la taberna. Cuando su economía doméstica lo permitía, se apostaba en la barra y pedía una copa de vino tinto, sin aportar más señas. Invariablemente, cada vez que eso sucedía, yo observaba con lastimosa comprensión cómo el tabernero rebuscaba entre sus caldos hasta dar con el más barato, sin duda receloso de la solvencia económica de su particular cliente.

La secuencia se repetía una y otra vez: el Hombre acudía de ordinario a la taberna haciendo alarde de un consciente desaliño, envuelto en ropajes raídos cuyo último paso por la lavadora parecía haber tenido lugar un siglo atrás; sus blanquecinos cabellos se arremolinaban sobre el nacimiento de la espalda en infinitos caracolillos que evidenciaban cierta alergia a la peluquería, algo que no podía esconder por culpa de una indiscreta barba que anunciaba su edad a gritos. El Hombre, forzosamente desaseado, arrastraba un olor en el que se confundía la vida a la intemperie con el alcohol que hace las veces de estufa de los desamparados en el invierno de la vida. Una cojera consecuencia de una mala corná le aportaba un aire de arquetípico clochard, y un carrito del que tiraba con la desidia del que acarrea lastre sin recordar muy bien el porqué se había convertido en su único e inseparable amigo.

El reiterativo ritual incluía una atropellada charla en la que que el Hombre despachaba con el tabernero, y ocasionalmente con otros fieles de su alcohólica parroquia, acerca de la más rabiosa actualidad, entre delicados acercamientos a una copa que para él significaba algo más que un triunfo cotidiano.


La tarde del día de Nochebuena el Hombre pasó por la taberna y pidió una botella de 'su' vino al tabernero, que le respondió con un mohín que no acertó a ocultar su desconcierto. ¿Cuál era 'su' vino? ¿Tendría dinero suficiente para apoquinar una botella entera? Esas y otras preguntas rumiaba el tabernero para sus adentros mientras yo lo observaba con la misma lastimosa comprensión de siempre. Mas no tuvo tiempo de dar muchas vueltas al tarro porque el Hombre se anticipó a sus sondeos y concretó su demanda: quería una botella de ese vino de Toro que habían cambiado de estante en los últimos días; un vino que definió tan atropelladamente como de costumbre, emparentándolo con la sangre de toro aunque su nombre alude, en realidad, a una ciudad celtíbera de filiación numantina.

Sin salir de su desconcierto, más receloso que nunca de la solvencia económica de su particular cliente, el tabernero se hizo el remolón todo lo que pudo, buscando estérilmente el auxilio de sus compañeros de faena y de una parroquia incapaz de desembarazarse de sus prejuicios, que contemplaba atónita la escena. Cuando ya no pudo retrasar más la entrega, retiró el vino de Toro de su anaquel, lo embolsó en su plástico correspondiente y anunció su elevado coste al Hombre, que sacó diligentemente de su bolsillo un fajo de billetes del que extrajo justo lo necesario para saldar su cuenta. Antes de abandonar la taberna, ante la estupefacción de los allí presentes, el Hombre deseó a todos felices fiestas, tan atropelladamente como siempre pero con un orgullo inédito: el triunfo cotidiano había sido superado y el Hombre atravesó la puerta de salida mascullando no sé qué del homenaje que se iba a dar.

Yo seguía observando emocionadamente la escena, que ahora se había quedado sin su protagonista principal, intentando adivinar sin demasiado éxito cuál podría ser su moraleja. En ello andaba cuando apuré el último trago, antes de marchar cabizbajo hasta mi casa con la inútil autoexigencia de intentar cumplir los deseos del Hombre al calor del hogar familiar, sin poder arrancarme de la mente la idea de que a lo peor sería él el único plenamente feliz esa noche, con su sangre de toro, su intemperie y su homenaje.

24.12.13

Sonim Brut Rosé

En la taberna se brinda estos días festivos con uno de esos gregarios cavas rosados que se han convertido, de un tiempo a esta parte, en el capricho demodé de los horteras que van de moderniquis por el lado salvaje de la vida vitivinícola. El artefacto espumoso se vende (poco, todo hay que decirlo) envuelto en una etiqueta que reza Sonim Brut Rosé, y en su retaguardia se advierte que, al menos en esta ocasión, ha sido elaborado (o sea, embotellado) para Comercial Avanteselecta por N.R.E. 102 - B en Vilafranca del Penedés, una de las capitales oficiosas del burbujeo patrio. Para mi desasosiego, ahí terminan las pistas sobre su origen y, dado que en la red de redes he hallado alguna que otra contraetiqueta del mismo producto aunque embotellada para distinto cliente, me malicio que su artífice sea uno de esos productores mercenarios de vino base que venden sus caldos gasificados al mejor postor previo pago de su importe.

Dejando al margen los detalles hurtados del libro de familia del rosáceo bebedizo, lo que sí se nos da a conocer con precisión matemática es que el coupage que aporta color a este Sonim Brut Rosé elaborado según el método tradicional está compuesto por un 60% de trepat, un 20% de monastrell y otro 20% de pinot noir, un totum revolutum que, según confesión propia, ha madurado en botella con sus lías un mínimo de doce meses; y esta ácida juventud, unida a una justa dosis de azúcar añadida en el licor de expedición que avala su categoría de Brut, confiere al bebercio un medido equilibrio que se agradece dentro de su ramplona existencia.

A decir de quienes pretenden exagerar sus excelencias practicando el innoble arte del escaqueo informativo, se trata de un cava "único por la frescura de sus aromas de frutillas del bosque con un delicado carácter a nuez". Y único sí que es, para ventura de bebedores como yo, aunque al vendemotos que ha redactado la parrafada le han faltado arrestos para añadir que, además de único, es indivisible, como Dios. A modo de colofón, en el texto de marras se subraya que "en la boca resulta sutil, complejo y vivificante", mas yo no diría tanto: siendo (muy) generoso, lo definiría como un cava del montón; de la parte baja del montón, para ser exactos.


Sonim Brut Rosé

Trepat (60%), Monastrell (20%) y Pinot Noir (20%)

11,5% alcohol

DO Cava

Avanteselecta, Vilafranca del Penedés, Barcelona, Cataluña, España

23.12.13

Ni en serio ni en broma

Antes de tirarnos juntos al barro de los intríngulis del bebercio (y del comercio), se hace saber al improbable lector que el (re)bautizo bloguero de un servidor tiene como único responsable al más canalla de los filósofos carnavalescos gaditanos, Juan Carlos Aragón. Hace ya tres lustros, el susodicho jartible nos brindó un popurrí pelín sirvergonzón protagonizado por unos ruinosos legionarios romanos que, alardeando de una (im)perdonable falta de respeto, degradaron a su mitológico dios del vino echando mano de familiares sufijos. En la citada copla chirigotera, Baco pasó, sin solución de continuidad, a llamarse primero Baquito y luego Bacorro.

Para no desfacer del todo aquel añejo entuerto, aquí y ahora me dejo adoptar por el simpático apelativo a la par que deposito mis más insensatas esperanzas en heredar algo del espíritu coñón de tan gloriosa letra. Con tu connivencia, apreciado lector, y la paciencia de mi tabernero de cabecera (junto a quien reviso en el televisor de su santa casa la guasona grabación del citado popurrí al tiempo que pergeño esta declaración de intenciones), que así sea.


Como habrás adivinado, The Wine Accuser nace, desafiando al miedo y la vergüenza, con la (in)sana intención de marcar las distancias respecto a las puntua(liza)ciones de los gurús de la prescripción enológica mundial, desde el advocate de la nariz del millón de dólares y su agrandado bufete hasta los paniaguados escribanos de nuestras guías domésticas, pasando por quienes se dicen meros espectadores o entusiastas. Sucede que defiendo (y defenderé, en tanto mi pituitaria amarilla y mis papilas gustativas no me arrastren a lo contrario) aquello que alguien tan poco sospechoso como el capitoste de Château MargauxPaul Pontallier, viene repitiendo machaconamente desde antiguo: que el vino se hace para beber, no para catar.

A ello me aplicaré en lo sucesivo; y a trasladar a estas cuartillas virtuales mis experiencias. Mas como esta presentación está quedando biográficamente exigua, permíteme solo una sugerencia más: lo mismo que Julio Camba cuando firmó su fe de bautismo en ABC hace un siglo, "necesito que ustedes me conozcan antes de entrar en tarea para que no me tomen nunca completamente en serio. Ni completamente en serio ni completamente en broma".