31.3.14

Memento mori

Hace pocas fechas visité, one more time, el Museo Thyssen-Bornemisza, una (im)pagable pinacoteca que los españolitos de a pie seguiremos disfrutando mientras la (oficiosa) baronesa homónima, uséase Tita Cervera, se deje llevar al huerto por los chupópteros gobernantes de turno, que siempre se las apañan, por lo civil o por lo criminal, para que la filántropa viudísima les preste durante un ratito más sus multimillonarios dibujitos. Esta última vez he acudido al Palacio de Villahermosa exclusivamente para recrearme en dos de los recorridos temáticos que seleccionan buena parte de su colección permanente con la (mal)sana intención de poner los dientes largos a todos los que sentimos verdadera pasión por el comercio y el bebercio. Y para despertar, de paso, la envidia cochina de mi tabernero al escuchar de mis labios el (inevitable) relato de los acontecimientos, para qué negarlo.

El caso es que entre los servicios que ofrece actualmente el museo capitalino se encuentran un par de tentadoras propuestas centradas, respectivamente, en la gastronomía y la cultura del vino en la colección Thyssen-Bornemisza. Y digo tentadoras con toda la carga semántica que el lector sea capaz de asimilar, porque me parece indiscutible esta milenaria sentencia de Terencio: "Sin Ceres y Baco, Venus se enfría"; o sea, sin comer(lo) ni beber(lo), de lo otro ni hablamos.


El primer recorrido parece diseñado (por Blanca Ugarte y Teresa de la Vega) para hacer bueno el dicho que asegura que comemos más por los ojos que por la boca: se trata de un paseo por cinco siglos de arte nutritivo que certifican los versos de Lord Byron: "Toda la historia de la humanidad / testimonia / que la felicidad del hombre / —pecador hambriento— / depende considerablemente / de cuándo comió la manzana, / de la comida". Entre los óleos escogidos podemos ir pegando bocados desde la primera comida (la de Adán y Eva) hasta la última cena, pasando por otros célebres banquetes históricos y mitológicos. La religión, el erotismo, el poder y las costumbres, siempre en estrecha relación con nuestro sustento, se dejan ver en una notable sucesión de retratos, bodegones y vistas parciales o generales que abarcan desde la figuración clásica al hiperrealismo contemporáneo pasando por la abstracción más vanguardista.

Pero, si provechosa resulta la primera muestra, aún más regocijante termina siendo la segunda, dedicada al líquido elemento que protagoniza mis desvelos cotidianos. De nuevo Teresa de la Vega, ahora en colaboración con el profesor Juan Pan-Montojo, es la encargada de seleccionar las muestras que fijan el devenir del binomio vino-pintura a lo largo de cuatro siglos (de 1509 a 1919). "Ligado a los rituales religiosos y a la vida cotidiana, privilegio de los poderosos y consuelo de desdichados, vehículo de sociabilidad y objeto de intercambio económico, estímulo de los sentidos y fuente de salud, el vino ha representado una importante fuente de inspiración artística", escriben los responsables del paseo en un apunte imposible de rebatir tras semejante borrachera pictórica.


De nuevo, lienzos y tablas (algunos de ellos incluidos igualmente en el recorrido anterior) representan los aspectos capitales de una condición humana que, ante el dilema formulado por el filósofo William James ("La sobriedad limita, discrimina y dice no; la ebriedad expande, une y dice sí"), siempre se ha dejado llevar por el positivismo, consciente de que los latinos sabían lo que se hacían cuando legaron a la humanidad dos de sus máximas más populares: carpe diem (aprovecha el momento) y memento mori (recuerda que has de morir).

Para aquellos que no tengan posibilidades de acercarse hasta el madrileño paseo del Prado para saciar su hambre y su sed, la web del museo ha colgado un par de didácticos y amenos prontuarios que, si bien no alimentan lo mismo, al menos sirven para atenuar la gazuza y el agostamiento, que no es poco en los tiempos que corren.

29.3.14

Convirtiendo el vino en agua

Está visto y comprobado que los seres humanos llevamos malamente que nos la cuelen; y los que tenemos pasaporte español, peor aún, como quedó demostrado recientemente tras la emisión de 'Operación Palace', el televisivo mockumentary en el que Jordi Évole falseaba nuestra (intra)historia para denunciar el oscurantismo oficialista en torno al 23-F. Sin embargo, a diario nos tragamos toneladas de mentiras (y lo que es peor, de medias verdades) que son digeridas con mayor o menor pesadez pero sin rechistar. Por eso, o sea, por llevar la contraria, el tabernero y yo hemos recibido con especial simpatía la (pen)última trola que ha manejado a su antojo la suspensión de incredulidad del mundo mundial, consistente en traer al presente continuo aquella parábola bíblica narrada por San Juan en su Evangelio según la cual un travieso mocetón llamado Jesús convirtió el agua en vino durante la celebración de las bodas de Caná.


Sin llegar a la cachonda maestría mostrada por el sabio Juan Luis de Tarifa a la hora de relatar el popular bodorrio al loco Quintero, asegurando que él estuvo entre los invitados, lo cierto es que esta nueva relectura del mito evangélico ha sido tomada como cierta (y difundida de buena gana) por centenares de prestigiosos medios de comunicación internacionales (entre ellos Time o Esquire). A saber: el abracadabrante milagro incluía, presuntamente, las formidables virtudes de una máquina que convertía el agua en vino: en solo tres días y por la módica cantidad de un par de dólares, el artefacto en cuestión era capaz de transformar un concentrado de uva y levadura, más 600 mililitros de agua, más una bolsita de polvo de acabado, en un vino de categoría con la simple ayuda de una aplicación para smartphones que iba controlando el proceso. Era, se suponía, el resultado de aunar los esfuerzos tecnológicos y enológicos de dos míticos valles californianos: Silicon y Napa. Y una multitud de curiosos parecía dispuesta a invertir en el proyecto.


Pero en tan solo unos días, los burladores burlados vieron su gozo en un pozo. Entonces se supo que la verdadera historia es justo al revés: Wine to Water es una organización sin ánimo de lucro, fundada por Doc Hendley hace una década, que se ha propuesto llevar el agua potable a los 800 millones de personas que carecen de ella y a los 2.500 millones que no tienen acceso a servicios de saneamiento. En estos diez años ha intervenido en 17 países y en la actualidad lo hace en otros ocho, repartidos en cuatro continentes. La estratagema utilizada para llamar la atención de las masas socialadormecidas tenía (y tiene) como loable finalidad la financiación de un mecanismo que, mediante el empleo de filtros de agua y pozos, "puede cambiar la vida de mucha gente por solo una fracción del precio de la máquina falsa que tantos estaban dispuestos a comprar. Por el precio de una botella de buen vino, proporcionamos una manera de producir agua potable (al 99,9%) a una familia durante cinco años. Ese es el verdadero milagro", asegura el responsable del invento. Su único objetivo es evitar bajas humanas, porque solo en el tiempo que se tarda en leer este artículo habrá muerto una decena de niños por beber agua contaminada. Así que poca risa con el asunto.

28.3.14

Dulce Crápula

Gabriel Martínez Valero vino al mundo en Jumilla y comenzó su andadura por los inextricables caminos del vino como cofundador de Casa de la Ermita, empresa en la que permaneció ocho años dedicado con ahínco a ennoblecer la variedad autóctona de su tierra, la monastrell. Tras un breve paso por la Rioja alavesa, donde contribuyó a situar en el mapa de las bodegas más recomendables a Baigorri, decidió emprender un proyecto personal (G.L.M. Estrategias de Vinos) que engloba marcas comerciales como NDQ, Cármine o Crápula. Para la elaboración de esos vinos cuenta desde hace un lustro con la colaboración de un par de amigos enólogos cuya tarea se está haciendo notar tanto en las sugerencias de los prescriptores de postín como entre los bebedores de acá y de acullá, que no pueden disimular su simpatía hacia algunos de sus caldos.

Sobre las tácticas empleadas a la hora de gestionar su joven negocio, su idea madre parece irreprochable: "Prefiero, antes que tener viñedos propios, comprar uvas seleccionadas por mi equipo de asesores y yo mismo, y que mejor se adapten a mis necesidades. Seleccionamos viñedos viejos de monastrell, de 60 años de media y de un gran porte, autorregulados de forma natural". De ahí salen tanto su vino estrella, Crápula, como su hermano pequeño, Dulce Crápula, con el que hoy me he relamido hasta el hartazgo en la taberna.


Se trata de un jarabe tintorro, afrutado y dulzón procedente de una cuidadosa selección de racimos sobremadurados de monastrell del que se cuenta que, tras un proceso de elaboración tradicional, es envejecido durante tres meses en barricas de roble, aunque en su ramplón etiquetado se omite cualquier dato que certifique dicha crianza. Así se obtiene un bebercio que en la última Guía Peñín es despachado con su laconismo habitual: "Color cereza, borde granate. Aroma fruta escarchada, fruta confitada, hierbas de tocador, especias dulces, tostado. Boca potente, sabroso, largo".

En cambio, el presidente fundador y de honor de la Unión de Asociaciones Españolas de Sumilleres, Juan Muñoz, se recrea un poco más a la hora de ponderar esta golosina apta para todos los públicos "que expresa una sinfonía de aromas y sabores que inundan los sentidos, donde aparecen notas de confitura de tomates, chocolate, higos, etc.", y recomienda servirlo bien frío y en pequeñas dosis (no seré yo quien le lleve la contraria) como acompañamiento de quesos azules, chocolates e "incluso para un buen robusto habano". Por su parte, la responsable de Evol, Elisa Martínez Navarro, barre para casa y sugiere maridar Dulce Crápula con chucherías típicas de Jumilla, como sequillos o pirusas, aunque se cuela a la hora de proponer una temperatura de consumo (demasiado alta, para mi gusto) en torno a los 10-12º.

Para quienes a estas alturas aún alberguen dudas acerca de la tipología del caldo que nos ocupa, bastará advertir que se trata de un vino que no siente compasión por los golosos y que, por eso mismo, debería incluir en alguna parte la misma advertencia que los medicamentos más traicioneros: manténgase fuera del alcance de los niños... y de los lamerones, claro.


Dulce Crápula

Monastrell

16% alcohol

DO Jumilla

G.L.M. Estrategias de Vinos, Jumilla, Murcia, España

27.3.14

Ni mucha ni poca sangre de Cristo

Mientras leía hoy en mi rinconcito tabernario el último de los Cuadernos de eldiario.es, tratando de asimilar todo lo bueno, regular y malo que está pasando en el seno de la Iglesia católica desde que Bergoglio está al frente, he recordado las estadísticas publicadas hará cosa de un mes por el Wine Institute de California según las cuales el Vaticano es el país con mayor consumo per cápita de vino, a razón de unos 74 litros por habitante y año; y su tratamiento en la prensa internacional, que denunciaba tal circunstancia como si de un sacrilegio se tratase.


Resulta comprensible que la primera reacción de cualquier descreído ante la exorbitante cifra sea poner el grito en el cielo; y que a continuación se caiga en la tentación de darle a la máquina de fabricar chistes fáciles a costa de la sangre de Cristo. Pero en España tenemos la suerte de contar con el profe Josu Mezo, que se afana con incisiva regularidad en sacar los colores desde su blog Malaprensa a las rutinarias desidias mediáticas con las que nos desayunamos a diario en esta nuestra península histérica.

Atiéndase a sus razones, que, pese a parecer redactadas por Pero Grullo, fueron pasadas por alto por los adalides patrios del cortaypega:

"¿Y qué pasa con la población del Vaticano? Pues que oficialmente, los residentes son algo más de 800. Pero atención: hay una doble población flotante. Por un lado, personas que residen en Italia pero trabajan en el Vaticano, y que parece que son entre dos y tres mil (entre tres y cinco veces la población residente). Tal vez muchos de ellos comen a diario en el Vaticano. Y todos ellos tienen acceso a comprar en el supermercado del Vaticano, donde productos como el alcohol y el tabaco son mucho más baratos que en Italia, porque los impuestos son mucho más bajos.
Y hay otra población flotante: los turistas. Muchos miles visitan cada día la Plaza y la Basílica de San Pedro, donde la venta de comida y bebida es poca o inexistente. Pero además, hay una media de 12.000 visitantes diarios (15 veces la población residente) a los Museos Vaticanos, donde sí hay varios establecimientos de comida y bebida.
En definitiva, si hay un lugar en el mundo donde cualquier estadística 'per cápita' es poco fiable, ese es el Vaticano. Ni el consumo de vino, ni el de agua, ni el de electricidad, ni de casi ninguna otra cosa, tendrá una proporción normal con su población residente, ya que la población flotante, entre trabajadores y turistas, es casi veinte veces mayor. De hecho, por la misma razón, el Vaticano tiene otro récord divertido: el de criminalidad. Los carteristas suelen hacer de las suyas en la Plaza de San Pedro, provocando unos cientos de denuncias cada año... Pocas, para los millones de visitantes. Pero muchísimas, para los 800 residentes, dando lugar, algunos años, a una tasa de criminalidad de 1,3 delitos por habitante. La más alta del mundo".

La lección es de primero de Periodismo, aunque pocos juntaletras la recuerden y ningún político la quiera (re)conocer.

26.3.14

Por el fin de la bullipollez

Como no quiero que la (pen)última perla sociológica cultivada con esmero por Vicente Verdú caiga en el olvido del cajón de mis (virtuales) recortes periodísticos, me pongo con ella ya mismo, previo examen de conciencia junto a mi tabernero y confesor, frente al que hoy he puesto a prueba nuestras diferencias en materia culinaria. A él, fanático de esta suerte de nouvelle cuisine de andar por casa (provinciana aunque pretendidamente cosmopolita) que nos invade, le duele que yo me resista a pasar por el aro como un vulgar tragaldabas; (casi) tanto como a mí me duele que a él le duela mi resistencia. Pero...

A lo que iba. Hace un par de semanas, el doctor Verdú prescribió la receta de la felicidad culinaria desde su consulta de El País, dando con ella un certero repaso a un fenómeno que "sobrepasa una moda para convertirse hoy en uno de los signos más patentes de nuestra decadencia cultural". Sostiene el infalible facultativo que "los chefs elevados a categoría de chamanes, las secciones de los diarios y revistas destinados a la gastronomía selecta, los abusivos y empalagosos programas de la televisión están alcanzando un efecto contrario a sus pretensiones ostentosas, sean culturales o no" porque "en vez de acentuarnos el gusto de comer bien nos han volcado al vómito de sus supuestos platos cuidados, manoseados y exquisitos". Y añade que, en la actualidad, "nos hallamos empapuzados de recetas obtusas y procedimientos de cocina. [...] Platos y platos servidos con la mayor de las ceremonias que como consecuencia de su abundancia no dan sino en un barroco de baja estofa que proclama las bondades de un plato cualquiera con el falso hechizo de su pretencioso y engalanado creador".


Y aquí llegamos al quid de la cuestión: el creador. Para evitar rodeos, rescataré en este punto la lapidaria frase que abría recientemente un publirreportaje visto/leído en el suplemento dominical de ese mismo diario, dedicado a la segunda vida del pionero de esta corriente: "Ferran Adrià no es un cocinero". Con eso está todo dicho, pero aún hay más: "Es lo más parecido que tenemos a un gurú". Y ese es el problema: descubrir, al cabo, que el mejor cocinero del mundo no es cocinero. Porque lo cierto es que ya ni cocina ni da de comer. Ahora expone garabatos en centros y ferias de arte, mientras hace tiempo para que sus faraónicos proyectos (elBullifoundation y su apéndice, la BulliPedia) cobren vida. Algo que sintetizó El Roto de forma insuperable (pero yendo aún más lejos en su denuncia) con motivo de la última edición de ARCO, la fatua feria de arte contemporáneo madrileña: "Los cocineros hacían arte, los artistas hacían de friegaplatos".


Reconozco que el desbarrador Sánchez-Dragó no es santo de mi devoción, pero he de reconocer igualmente que uno de sus mayores hallazgos recientes es el que ha dado en llamar a la cocina posmoderna "bullipollez" y a sus devotos michelines "bullipollas", simpáticos barbarismos que sirven para designar por derecho lo que Vicente Verdú entiende como "una falsaria y ridícula grande bouffe difícil de soportar y asimilar", es decir, "una cocina de pacotilla que abotarga el juicio, empapuza la experiencia y quita con sus artificios las principales ganas de comer".

"La comida", advierte el fino observador desde su insoslayable columna periodística, "puede ser un goce inmediato pero es ahora proclamada como una reflexiva experimentación mediática y cultural". Algo a lo que yo me resisto, mal que le pese a mi tabernero. Como Verdú, pertenezco a ese puñado de carcas que piensan que "bastantes problemas tenemos fuera de la mesa, como para sembrar el hogar de recetas triviales". Así que, desde aquí me sumo a la sensata demanda del pensador ilicitano: "Basta ya. Volvamos a ser libres".

25.3.14

Talaia Crianza 2010

Bodega Crayón es un proyecto (muy, muy) joven que se inscribió en la competitiva liga de Ribera del Duero hace ahora un lustro pero al que en solo cinco campañas ya ha dado tiempo a conseguir algunas victorias sonadas, como la de aquella velada arandina en la que se impuso por nocaut (y a ciegas) a algunos pesos pesados de ayer (Pesquera, Matarromera), de antesdeayer (Balbás) y de hoy (Sentido, Valdubón).


Sus vinos se baten el cobre bajo la denominación comercial Talaia, (presunta) aféresis de "atalaya" convertida en el fitónimo que sirve en las tierras castellanoleonesas para referirse al roble joven, la noble madera desde la que mejor se vislumbra el devenir de la enología; y su púgil más en forma a día de hoy es Talaia Crianza, un espécimen hecho a imagen y semejanza de su enólogo, Ernesto Peña, preparador igualmente de algunos de sus competidores directos.

Procedente de viñedos mayores de edad crecidos en suelos arcillocalcáreos con fondo cascajoso permeable de parcelas situadas en Moradillo de Roa y La Horra (Burgos), los racimos de tinto fino que sirven como materia prima para la elaboración de este sorprendente vino, al que me enfrento en mi querido ring tabernario en un combate sin daños a terceros, fueron vendimiados entre el 8 y el 13 de octubre de 2010. Tras una maceración prefermentativa en frío, las autóctonas uvas ribereñas realizaron su fermentación alcohólica en depósitos de acero inoxidable y la fermentación maloláctica (a medias) en madera y acero, antes de madurar durante catorce meses en barricas de roble francés y americano, repartidas en porcentajes de 60-40. En ellas tomó cuerpo el caldo justo para embotellar 9.800 unidades, una (más que) prudente producción que sus artífices recomiendan consumir (tirando muy por lo largo, pues carecen de perspectiva) en sus primeros quince años de vida.

La nota de cata oficial define a este Talaia Crianza (y lo define bien) como un vino "granate intenso y limpio, con tonos violáceos" de capa "muy alta y brillante". De la fase olfativa, queda referido que es "delicada, compleja y persistente, mezclando la fruta madura, grosella negra, notas minerales, especias y elegantes tostados", añadiendo que al final aparecen "notas de pan tostado y tabaco envolviendo la fruta madura". Resumiendo: "Buen recorrido aromático, con una intensidad alta inicial, que aumenta incluso según se va oxigenando".

En boca, la bodega asegura que su máximo exponente es "potente y rotundo, con fruta negra compotada, donde domina la grosella, envuelta en trazas minerales", y arriesga su credibilidad al ensalzarlo como "un vino complejo con multitud de matices", en el que "de la fruta pasamos a los aromas minerales de terruño, para finalmente descubrir los frutos de la crianza en roble".

Aunque es en el punto final donde cabe ponerle el principal pero (subjetivo, eso sí) al catador de la casa, que concluye su nota con lo que según mi parecer es un inadmisible oxímoron: "Posee un intenso retrogusto aromático que permanece largo tiempo en la boca, recreando los aromas minerales y tostados del vino". Y digo inadmisible oxímoron porque soy de los que suscriben al pie de la letra la aguda distinción entre posgusto y retrogusto que Mauricio Wiesenthal y Francesc Navarro legaron a la posteridad en su delicioso Todo lo que debes saber sobre el vino para impresionar en la mesa a tus amigos: el primero es entendido como el "aroma y sabor que permanece en la boca en la vía retronasal después de tragar el vino", mientras que "cuando lo que permanece en boca es desagradable, no se llama posgusto sino retrogusto". O sea, lo que deja Talaia Crianza (con permiso de aquellos que saben más que yo, que son casi todos) es un provechoso posgusto, que va camino de convertirlo en eso que en la industria anglosajona del entretenimiento se conoce como 'sleeper hit': el éxito inesperado de un producto escasamente promocionado y de discreto estreno.


Talaia Crianza

2010

Tempranillo

14 meses en barrica de roble francés y americano

14,5% alcohol

DO Ribera del Duero

Bodega Crayón, Aranda de Duero, Burgos, Castilla y León, España

7.3.14

Alcohol en las venas

Ha muerto Lepoldo María Panero, "el último poeta", según el mayor experto en su obra, Túa Blesa. Hará un par de años, en una extensa entrevista para el magazine Jot Down concedida durante un breve paréntesis en su reclusión psiquiátrica, Carlos H. Vázquez le tentaba con asuntos mundanos: "[Wallace] Stevens dice que 'el dinero es una clase de poesía'. ¿Tampoco echa de menos el dinero?"; cuestión a la que el poeta (más) maldito de nuestras letras respondía, antes de echarse unas risas: "No sé para qué sirve el dinero si no es para gastárselo en vino".


Antonio Lucas ha advertido en su prontuario de despedida: "El día que alguien tenga el coraje y la paciencia de cribar ese bulímico bosque de versos veremos el tamaño y el calado de un poeta extraordinario". Porque la obra de este loco desencantado esconde entre sus centenares de páginas a "uno de los mayores y más originales poetas que ha dado la literatura española en las últimas cuatro décadas" (Benjamín Prado).

Una de sus creaciones más notables (y una de mis preferidas) es La canción del croupier del Mississippi (1980), un autorretrato a medio camino entre el monólogo interior y la letanía que dice mucho de su vida pero, sobre todo, de su obra, de su poética. Sirvan como homenaje hacia su incómoda figura estos ebrios versos entresacados de dicha canción que hoy hemos releído a dos voces (y ante sendas copas de vino) el tabernero y yo:

"Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
y no siento un corazón. No hay,
no existe en nadie esa cosa que llaman corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo,
la única sangre en este mundo que no existe
que es como el mal programado, o
como fábrica de vida o un sastre
que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
quizá el reloj y las horas pasan
".
[...]
"Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos,
me digo que estar borracho es no estarlo
toda la vida, es
estar borracho de vida y no de muerte,
es una sangre distinta de esa otra
espesa que se cuela por los tejados y por las paredes
y los agujeros de la vida.
Y es que no hay otra comunión
ni otro espasmo que este del vino
y ningún otro sexo ni mujer
que el vaso de alcohol besándome los labios
que este vaso de alcohol que llevo en el
cerebro, en los pies, en la sangre,
que este vaso de vino oscuro o blanco,
de ginebra o de ron o lo que sea
-ginebra y cerveza, por ejemplo-
que es como la infancia, y no es
huida, ni evasión, ni sueño
sino la única vida real y todo lo posible
y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento
a algún ser que es probable que esté
ahí la vida de los dioses
y unos días soy Caín, y otros
un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros
un cazador de dotes que por otra parte he sido
pero lo mío es como en 'Dulce pájaro de juventud'
un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días,
un asesino tímido y psicótico, y otros
alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto,
en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me
recuerdan, dicen
con la copa en la mano, hablando mucho,
hablando para poder existir de que
no hay nada mejor que decirse
a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube
la marea del vino en la sangre y el alma
".
[...]
"Y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol,
tengo sangre en los ojos de borracho
y el alma invadida de sangre como de una vomitona,
y vomito el alma por las mañanas,
después de pasar toda la noche jurando
frente a una muñeca de goma que existe Dios.
Escribir en España no es llorar, es beber,
es beber la rabia del que no se resigna
a morir en las esquinas, es beber y mal
decir, blasfemar contra España
contra este país sin dioses pero con
estatuas de dioses, es
beber en la iglesia con música de órgano
es caerse borracho en los recitales y manchas de vino
tinto y sangre Le livre des masques de Rémy de Gourmont
caerse húmedo babeante y tonto y
derrumbarse como un árbol ante los farolillos
de esta verbena cultural. Escribir en España es tener
hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya
no justifica nada ni nadie, ninguna sombra
de las que allí había al principio.
Y decir al morir, cuando tenga
ya en la boca y cabeza la baba del suicidio
gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas
en este paraíso para espectros
y también a los ciervos que he visto en el bosque,
y a los pájaros y a los lobos en la calle y
acechando en las esquinas
'Fifteen men on the Dead Man's Chest
Fifteen men on the Dead Man's Chest
Yahoo! And a bottle of rum!".

6.3.14

El toro de Soborne

Le Raúl es madrileño del 76 y humorista gráfico. Poco más deja adivinar un seudónimo tras el que se esconde el autor de ¿Y si nos quitan lo bailao?, un blog que, desde hace algunos meses, es también un libro en el que se recopila lo más selecto de un artista que asegura hacer "humor negro a todo color" empleando para ello un estilo de dibujo "muy iconográfico y mutante". Sus influencias incluyen al refranero español, los Monty Python, Chiquito de la Calzada, Chumy Chúmez, Gila, El Roto, Banksy y Goya: "El sordo es el mejor de todos, él inventó todo este tinglao de denuncia".


La penúltima vez que una viñeta suya me zarandeó fue el otro día en la taberna, mientras navegaba entre redes y copas. En eso me topé con su genial ocurrencia de juguetear con el desalcoholizado y mercantilizado toro de Osborne hasta convertirlo en el morlaco de Soborne, trasunto derrotista de la manida Marca España cuyo (re)bautismo no necesita demasiadas explicaciones: 'Corrupción en España' tiene entrada propia (y desgraciadamente sustanciosa) en la Wikipedia y, en el momento de teclear estas palabras, Google arroja 2.300.000 resultados para dicha búsqueda. O sea.

5.3.14

Diamante

Las Bodegas Franco-Españolas son, sin lugar a dudas, uno de los estandartes de la Denominación de Origen Calificada Rioja. Fundadas en 1890 por el barón D'Anglade junto a un surtido selecto de socios franceses y españoles, su existencia se lo debe todo a una histórica desgracia: la filoxera que arrasó los viñedos de nuestros vecinos del norte a finales del siglo XIX y que obligó a los bodegueros más pertinaces a buscar refugio en zonas sanas, como los valles riojanos, donde se instalaron trayendo consigo las insuperables tradiciones bordelesas para seguir produciendo vinos de calidad.


Entre sus primeras creaciones se encontraba Diamante, una joya todavía por pulir que en las añejas publicidades conservadas de aquellos tiempos se anunciaba como "vino fino blanco estilo Sauternes" (debido a sus semejanzas con el mundialmente reconocido vino de postre girondino) y que desde muy temprano se convirtió en la bebida favorita de las damas de alto copete, lo que poco a poco le fue granjeando una fama que lo ha llevado a convertirse en el vino blanco riojano más vendido a día de hoy.

Mientras esto sucedía, la bodega se iba deshaciendo paulatinamente de sus inversores franchutes y, tras el tormentoso paso por sus despachos de la familia Ruiz Mateos y una vez resuelto el follón judicial consecuente a la expropiación de Rumasa, fue el empresario Marcos Eguizábal quien aflojó una billetada en 1984 para tomar las riendas de un próspero negocio que en la actualidad es regentado con similar eficacia por sus hijos, Carlos y Rosa.

La misión (auto)encomendada por los propios bodegueros para con sus productos es convertirse en "el vino de Rioja elegido tanto para la compra diaria como para las ocasiones especiales"; y a fe que lo consiguen: el centenario Diamante es el indiscutible bestseller de su categoría (en la que fue pionero) y, ciertamente, lo mismo vale para un roto que para un descosido: se trata de un caldo irreprochable, sin parangón entre los semidulces de precios populares, cuya ligereza, sin embargo, no termina de convencerme.


Sus uvas "proceden de viñedos seleccionados con más de 25 años, plantadas en suelos pobres arcillo-calcáreos con orientación sur. El rendimiento por cepa es bajo y su nivel de azúcar depende exclusivamente de la madurez del fruto". Su recolección "se realiza de forma manual, en pequeños envases y sólo durante la mañana o a última hora de la tarde (en el caso de los días calurosos). La fermentación se realiza en contacto con los hollejos y pulpa durante los primeros días" y se paraliza "con el objeto de obtener los azúcares naturales que aportan a este vino una de sus mayores peculiaridades: su ligero dulzor".

La nota de cata oficial lo presenta "de color amarillo pajizo con tonos dorados" y asegura que "expresa en nariz la complejidad aromática que aporta el perfecto ensamblaje de las variedades viura y malvasía". Se supone que "aromas florales, frutas exóticas y fruta de hueso, preceden a la excelente sensación en boca", resumida en "acidez espléndida, consistencia y untuosidad". Y todo eso está muy bien como propaganda, pero mucho me temo que un concepto como "complejidad" casa regular con semejante simpleza.

Hoy me he refrescado en la taberna con una copa diamantina únicamente para comprobar si mis viejos prejuicios seguían teniendo fundamento, y he constatado que sí, que todo sigue igual en un vino diseñado para paladares poco exigentes (sean femeninos o no) y bolsillos menesterosos. Nunca me han gustado los productos industrializados que salen al mercado tan seguros de sí mismos que ni siquiera respetan la mínima decencia exigida. Me repugnan los vinos que se lanzan a buscar bebedores sin mostrar sus señas de identidad. No soporto, por tanto, los caldos que escamotean al consumidor información básica (como su añada, escondida tras el maldito CVC) para evitar incomodidades futuras. Por eso, para mí, un Diamante (no) es para siempre.


Diamante

Viura y Malvasía

12% alcohol

DOCa Rioja

Bodegas Franco-Españolas, Logroño, La Rioja, España

4.3.14

Gatos por liebres

En un puñado de tardes tabernarias me he merendado Lo que hemos comido, una arcaica (y sin embargo deliciosa) declaración de intenciones publicada por Josep Pla en 1972 y reeditada ahora como libro de bolsillo por Austral. Extraído del prólogo encargado a Manuel Vázquez Montalbán con ocasión de su primera traducción al castellano en 1997, 'El verdadero profeta de la cocina mediterránea' es el provocador subtítulo que luce en su fachada la presente edición de una obra menor pero insoslayable en la trayectoria de un autor definido por Francisco Fuster como "un auténtico especialista a la hora de maridar las salsas y las letras".


Para abrir boca, tomemos como aperitivo un somero autorretrato esbozado por el propio Pla a modo de propósito de su obra:

"Yo nunca he sido cocinero. No tengo la menor idea sobre recetas culinarias. Lo que me interesa de la cocina son los resultados, la eficacia. Nunca he sido ni un gourmet ni un gourmand. Mi capacidad de absorción de alimentos siempre ha sido muy precaria. Es probablemente éste el motivo por el que he llegado a vivir algunos años. Estos papeles los escribo habiendo cumplido setenta y cuatro años, que ya son muchos. Mi ideal culinario es la simplicidad, compatible en todo momento con un determinado grado de sustancia. Pido una cocina simple y ligera, sin ningún elemento de digestión pesada, una cocina sin taquicardias. El comer es un mal necesario y, por tanto, se ha de airear".

Acaso sea cierta la anotación con la que la editorial promociona su flamante producto ("La cocina auténtica, sin prisa y con amor al prójimo que reclamaba Pla, parece renacer en el presente"), pero no conviene olvidar que hace cuatro décadas el autor ampurdanés ya denunciaba (de ahí lo de "profeta") las moderneces de un país que a duras penas dejaba atrás el hambre y el racionamiento, a los que ahora volvemos:

"La cocina como arte de lentitud, paciencia, moderación y calma va de capa caída. Me gustaría saber si es posible hacer algo en este mundo, si no es a base de observación y de calma. Todo lo que no sea obedecer este principio es una pura fantasía para primarios. Ahora se quiere hacer una cocina llamada revolucionaria: a procedimientos tradicionales y arcaicamente meditados se les aplica este adjetivo de la más repugnante demagogia. Vayan entrando, si así lo desean, en la cocina revolucionaria, y cada día comerán peor. ¡La cosa es tan notoria y tan clara!".

Si aún estuviera entre nosotros, Pla desmontaría la cocina de vanguardia con la misma facilidad de cuando entonces:

"La cocina lujosa, única, excepcional, basada en algún romántico sacrificio, en algún esfuerzo inusitado o en algo nunca visto es una fuente de enormes desilusiones y desengaños. La cocina es perfectamente compatible con un punto de decorativismo exterior, pero de aquí no se pasa. La cocina, toda forma de cocina, es limitada. Convertir las liebres en gatos o los gatos en liebres por razones de distinción, de esnobismo o de romanticismo es un error garrafal, una absoluta insensatez. En la cocina, el trasfondo de normal demencia humana es inadmisible: se puede hacer el loco en cualquier otro ámbito vital, jamás en la cocina".


Lo que hemos comido fue excelentemente digerido por otros ilustres comilones de nuestras letras como Nestor Luján ("El gran libro de gastronomía que todos esperábamos de él") o Joan Perucho ("Un monumento literario a la cocina general del país"), alistados en el mismo bando que aquel que advertía: "Frente a la cocina, pues, soy un tradicionalista recalcitrante, un conservador enconado. No aspiro a contribuir a ninguna revolución culinaria, sino todo lo contrario: a salvar todo lo que sea salvable".

En cuanto al bebercio, Valentí Puig ha rescatado desde el ámbito académico una jugosa anécdota protagonizada por quien se tenía por orgulloso solterón: "Por lo que sé, Pla tenía un buen paladar, un paladar fino, pero nunca comió mucho. Más bien poco. Seguramente bebía más que comía. Como pequeño propietario rural, en la declaración de Abastos, en la casilla de 'estado' acostumbraba a poner: 'Ligeramente alcohólico”. O sea, uno de los nuestros.

3.3.14

Se acabó el misterio

Pasado el repentino dolor aunque todavía de luto espiritual, poco a poco se va recuperando el ánimo en la taberna tras la sorpresiva muerte de Paco de Lucía, un fiel más de nuestra singular parroquia (desgraciadamente solo en sentido figurado) a quien Miguel Mora ha retratado en El País como "tocaor estratosférico, compositor fecundo e imaginativo, tímido pero sublime e infatigable embajador de la cultura española", o sea, "un músico universal, el guitarrista que refundó el toque flamenco y lo subió a las más altas cimas artísticas haciéndolo crecer y evolucionar y mezclándolo con otras músicas de raíz".


En la taberna siempre ha sonado su guitarra como acompañamiento del bebercio cotidiano, principalmente en sus gloriosos escarceos jazzísticos, pero en los días pasados el tabernero se ha dado (en realidad, nos ha dado) una tregua; hasta hoy, que hemos gastado la tarde echándole el ojo a un (im)pagable programa doble, gentileza de la televisión pública española, que recuperaba sendas joyas setenteras: un episodio perteneciente a la legendaria serie 'Rito y geografía del cante' sumado a un exótico monográfico conducido por el inefable Jesús Quintero.



En ambos casos queda patente la certidumbre expuesta por el canalla novelista Montero Glez: "Hasta que llegó Paco, la guitarra flamenca se tocaba por arriba y por medio y era instrumento que servía como adorno para acompañar al cante. Poco más. Paco de Lucía sirvió la revolución armónica con acordes más complejos y una pulsación nerviosa que rodea las notas y que provoca efectos rítmicos que vienen a sugerir nuevos contratiempos. Con Paco de Lucía, dicen los flamencos, se acabó el misterio". O dicho de otra forma, en este caso por José Manuel Gamboa: "En el flamenco existe un antes y un después de Paco de Lucía. Es más, existen varios antes y después, porque el genio algecireño le ha dado varias vueltas de tuerca al género. Él tomó una guitarra salerosa pero musicalmente escueta, y la vistió de armonía".

Lo admirable es que todo lo hizo, además, quitándose importancia, como evidencia el relato incluido por Alfredo Grimaldos en su obituario para El Mundo: "En una ocasión comentaba [Paco] que, parado en un semáforo dentro de su vehículo, escuchó el sonido de una guitarra flamenca y pensó: '¡Qué bien suena eso!', hasta que se dio cuenta de que era él quien tocaba, y empezó a sacarle defectos". Tan es así, que su pieza más popular casi se queda en descarte, como recuerda el propio Grimaldos: "La clave de su popularidad entre el público no familiarizado con el duende fue la rumba 'Entre dos aguas', grabada en 1973 e incluida, casi por casualidad en el LP 'Fuente y caudal': 'Uno no sabe nunca lo que más pega. 'Entre dos aguas' fue una improvisación para llenar cinco minutos que faltaban para cuadrar las dos caras del disco. No pensaba incluirla, pero oí la grabación y encontré un ritmo, un aire que me gustó. Cogí las tijeras, lo corté un poco y ahí está. Para gente no muy iniciada me parece bien".


En realidad, como ha subrayado el crítico Diego A. Manrique, 'Entre dos aguas' es una "bendita rumbita que hizo más por el flamenco que cualquier declaración de la Unesco". Eso, al menos, es lo que hemos concluido el tabernero y yo al tiempo que conveníamos que justo ahora es cuando cobra sentido pleno la hipérbole que nos regaló hace algún tiempo el difunto amigo (suyo y nuestro) Félix Grande: "Paco está diez mundos por encima del mundo".

1.3.14

Pagos de Mirabel 2012

Impedido por mi escaso bagaje místico, no estoy en condiciones de afirmar con rotundidad que descorchar una de las doscientas botellas de la limitadísima producción de Pagos de Mirabel alcance la categoría de experiencia religiosa (de eso saben mucho más Enrique Iglesias y los ministros del PP), pero casi. Mi tabernero asegura que, durante el buen rato que ha durado nuestro mano a mano con el ejemplar de muestra de este “tintazo” (Segundo López dixit) cedido generosamente por la bodega, mi aspecto le recordaba al de Rick, el fascinante protagonista de El chico de la trompeta, novela jazzística de Dorothy Baker: “Tenía el tipo de cara nerviosa y tirante del hombre que sabe algo, el tipo de cara que suele acompañar a cualquier tipo de pasión”; el tipo de cara que “suele verse en revolucionarios, maníacos, artistas… En cualquiera que sepa que amará algo, para bien o para mal, hasta el día en que muera”. Y no me atrevería yo a decir tanto, pero algo de eso hay.

Pagos de Mirabel se presenta en sociedad (esta es su primera añada) envuelto en una botella de aspecto singular, robusta pero discreta, de hechuras minimalistas, modelada a partir de elegante vidrio ferrocromado. Al frente del majestuoso recipiente, una estilizada flor de jara despeja cualquier duda acerca de su procedencia: Las Villuercas, comarca situada al sudeste de la provincia de Cáceres; sin embargo, la leyenda (únicamente) en inglés de su retaguardia certifica el carácter universal del vino parido por el cosmopolita Anders Vinding-Diers, un trotamundos de la enología cuya singladura profesional ha hecho escala en los principales puertos del océano vitivinícola. Hijo de Peter, hermano de Hans y primo del ínclito Peter Sissek (todos ellos prestigiosos bodegueros), este sudafricano con pasaporte del mundo se ha asentado en la fértil serranía cacereña para alumbrar, entre otras, esta joya mirabeleña cuyo precio de mercado supera holgadamente el centenar de euros.


Traducido al cristiano, lo que puede leerse en la contraetiqueta de Pagos de Mirabel 2012 viene a ser más o menos lo siguiente: “Está elaborado 100% con las uvas de unas pequeñas viñas de garnacha de 150 años que se encuentran en la Sierra de Montánchez, a 724 metros de altitud y en la Sierra de las Villuercas a 650 metros de altitud. La viña es cuidada y trabajada manualmente y las uvas son recogidas a mano y seleccionadas en la bodega. Este vino ha sido fermentado y madurado durante seis meses en barrica de roble francés”. Y, aunque no se advierta en la información oficial, su proceso de vinificación se llevó a cabo en Tierra de Barros, donde Vinding-Diers se dedicó a “escuchar” su caldo hasta que sonaron las notas que anunciaban que su composición ya estaba lista para enfrentarse a los privilegiados bebedores con parné suficiente como para agenciarse una de sus doscientas dosis.

Pese a todo, hay quien opina (como Michel de Fuentes) que es “una osadía sacar al mercado un vino extremeño con ese precio”. Y no le falta razón al responsable de Medems Catering: al fin y al cabo, la pertinencia de los prejuicios se dirime en casos como el que nos ocupa. En cambio, Segundo López adopta un punto de vista radicalmente opuesto: “Recuerda, salvando las distancias geográficas y de terruño, la excelencia de los mejores y más elegantes tintos de las garnachas aragonesas o del Priorato”. Y nosotros, o sea, el tabernero y yo, con narices mucho más humildes que las citadas, aún andamos debatiendo si Pagos de Mirabel es un vino que vale lo que cuesta. En cualquier caso, hemos llegado a una conclusión: se trata de un vino que vale… y mucho.

Aunque hay afinadísimos expertos, como Raúl Serrano, que han encontrado “chocolate belga en el fondo” de este elixir, por ventura lo que yo he bebido se parece mucho más a la ilustrativa nota de cata pergeñada por Demos Bertran: a la vista, advierte “color rojo algo intenso, ribete rojizo-granatoso, capa media-alta y fina lágrima bien tintada”; en nariz, destaca “buena intensidad con unos aromas iniciales muy peculiares: pan de cereales recién tostado, surgen las notas de fruta roja en compota (grosellas y mucha frambuesa), tostados de la barrica bien domados e integrados en el conjunto, agradables especiados que aportan notable amplitud aromática, suaves mentolados frescos, hierbas del monte frescas (tomillo) y suave fondo de piedra húmeda”; y en boca, describe una “buena entrada con un suave y agradable recorrido, se muestra algo justo pero se disfruta mucho su fruta roja madura, los tostados de la barrica están más marcados que en nariz, especiado, buena acidez, notas balsámicas refrescantes (mentolado), suave sensación de café, buena longitud y persistencia. Final medio-largo, postgusto de fruta roja madura y retronasal ahumado”.

En definitiva, con Pagos de Mirabel nos hallamos ante un vino excepcional; uno de los mejores monovarietales de garnacha embotellados actualmente en nuestro país que, para sorpresa de propios y extraños y orgullo de su creador, presume de “pasaporte extremeño”.


Pagos de Mirabel

2012

Garnacha

6 meses en barrica de roble francés

15% alcohol

Vino de la Tierra de Extremadura

Bodega de Mirabel, Pago de San Clemente, Cáceres, Extremadura, España