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21.5.14

Abadía Retuerta Selección Especial 2009

Abadía Retuerta Selección Especial de 2001 fue distinguido en el International Wine Challenge celebrado en Londres en 2005 como el mejor tinto del mundo, y ese reconocimiento, que sus sucesores llevan a gala desde entonces como elemento estructural de su etiquetado, contribuyó sobremanera a situar en el mapamundi de la enología a la bodega sardonera, fundada en 1996 por la multinacional farmacéutica Novartis. Con un monasterio premostratense como epicentro, hoy reconvertido en el lujoso complejo enoturístico Le Domaine, la finca sobre la que se asienta la bodega perteneció a una sociedad de agricultores a los que Sandoz surtía de productos de sanidad animal. Eso fue hasta 1990, cuando la compañía química suiza se resarció de los impagos de sus propietarios agenciándose el latifundio, situado en plena 'milla de oro' de la Ribera del Duero. Unos años más tarde, tras la fusión de Sandoz y Ciba-Geigy para crear el gigante Novartis, Abadía Retuerta pasó a convertirse en la niña mimada del todopoderoso (y polémico) conglomerado biotecnológico.


Cuentan que durante la Reconquista, con el fin de asentar el cristianismo en tierras castellanas, el Conde de Castilla mandó edificar una red de conventos-fortaleza y que, como consecuencia de esto, en el año 1146 se construyó el monasterio de Nuestra Señora Santa María de Retuerta, fundado por Sancho Ansúrez. Y cuentan también que a los monjes de la orden de San Norberto les fue concedido terras et vineas, y que el segundo abad trajo desde Borgoña las primeras cepas de variedades francesas que fueron plantadas en dicho lugar y que hoy, convenientemente replantadas, ocupan poco más de doscientas hectáreas de las setecientas por las que se extiende una finca completada por monte y bosque repoblados con variedades autóctonas.

Situada en la margen izquierda del Duero, donde abunda el sol y escasea la lluvia, Abadía Retuerta sufre inviernos fríos y veranos ardientes, con grandes variaciones de temperatura entre el día y la noche. La cuenca del río, donde crecen sus vides, es producto de miles de años de erosión, aluviones, sedimentaciones y cambios en la composición del suelo, lo que ha dado origen a un terroir de gran diversidad donde varía la textura, la proporción de minerales y el agua que absorbe o retiene cada parcela de la finca. La filosofía de trabajo del equipo asesorado por Pascal Delbeck, bajo la dirección enológica de Ángel Anocíbar, radica en la vinificación por pagos. El suelo de cada una de sus cincuenta y cuatro parcelas tiene una composición diferente: arcillas a la orilla del río, guijarros y arenas a lo largo de la ladera, grava en las capas inferiores, caliza en las alturas... Por tanto, cada pago acoge una única variedad de uvas. Los viñedos se esparcen por las laderas de orientación norte, trepando desde la orilla hasta alturas que alcanzan los 850 metros, y esa diferencia de nivel, combinada con los distintos tipos de suelo, produce notables variaciones en el rendimiento de cada pago. En bodega, Abadía Retuerta destaca por el uso de la gravedad en todos los procesos de elaboración y por una sala de barricas enterrada bajo la ladera del monte que facilita de forma natural el control de la temperatura.

Tras un invierno bastante gélido y uno de los veranos más secos y calurosos de los últimos años, que pusieron a prueba la capacidad de reacción de sus responsables, Abadía Retuerta considera 2009 como la mejor añada de su historia particular. Su Selección Especial "de las mejores uvas de todas las parcelas" reparte su peso varietal al 75% en tempranillo, al 15% en cabernet sauvignon y al 10% en syrah, un coupage que fue envejecido durante casi año y medio en un total de 1.860 barricas de roble francés y americano que dieron de sí para llenar 550.000 botellas y 5.000 mágnum.


Víctor de la Serna, Jens Riis y Luis Gutiérrez, que fueron de los primeros en catarlo para elmundovino.com, ya advirtieron de su "perfil comercial", aunque no supieron a qué carta quedarse: "En la boca nos gusta más, está bien elaborado, con buena materia, pero con el exceso de roble. No necesitaba tanto baño". En cambio, la Guía Peñin 2013 se mostró mucho más generosa con los paganinis suizos: "Color cereza brillante. Aroma especias dulces, roble cremoso, expresivo, fruta roja, fruta madura, equilibrado, mineral. Boca sabroso, frutoso, tostado, taninos maduros, largo".

En Vila Viniteca, como es costumbre de la casa, lo que importa es el vino: "De color rojo granate intenso. En nariz es perfumado, con recuerdos de pimentón rojo, fruta roja y negra (cerezas, moras y fresas) y las especias marcadas que aporta la barrica (nuez moscada) así como chocolate y regaliz. Final ahumado y balsámico. En la boca tiene un tacto sedoso, y una textura rellena. Buena armonía y volumen, con taninos sedosos y redondos. Largo, placentero y persistente. Recuerdos finales de canela en polvo". Por su parte, Antonio Jesús Pérez Reina se las ingenia para batir un récord al alcance de muy pocos: consigue no decir nada en dos párrafos que son puro desperdicio y que cito aquí de corrido para que consten en acta: "Un vino lleno de color, por sus matices en nariz y en boca, su juventud es su mayor virtud, la integración con la crianza y la evolución en botella sus mejores exponentes. Aromas especiados arropa a la fruta roja que se muestra en una muy buena añada por su frescura e intensidad. Un vino muy fiable año tras año, que recrea ricas sensaciones en boca que expresan terruño, bonita complejidad porque se muestra poco a poco en la copa, nos va enseñando los matices que encierra. Sus taninos son finos y maduros y evolucionando. Un vino que se ha convertido en un valor seguro".

Pero la nota de cata que más me sorprende es la que viene firmada por Demos Bertran. Sus dos aproximaciones al Selección Especial 2009, separadas por un año de diferencia, se cierran destacando su "final largo", en lo que parece ser una opinión más o menos generalizada que no se corresponde en absoluto con lo que yo he experimentado esta tarde en la taberna, donde me he pimplado una botella a medias con la propiedad. El tabernero y un servidor hemos convenido en que se trata de un vino, como anuncian sus elaboradores, de "firme paso de boca, fresco, sabroso y equilibrado" pero en ningún caso "persistente y largo". Para nuestra sorpresa, este Abadía Retuerta incumple eso que distingue a un caldo correcto de uno excepcional. Es tan deliciosamente ingrato, que se va del paladar sin despedirse.


Abadía Retuerta Selección Especial

2009

Tempranillo, Cabernet Sauvignon y Syrah

16 meses en barricas de roble francés y americano

14% alcohol

Vino de la Tierra de Castilla y León

Abadía Retuerta, Sardón de Duero, Valladolid, Castilla y León, España

4.4.14

Amontillado Tradición

A fuer de ser sincero, frente a un amontillado yo diría lo contrario de aquello que cantaban Los Chunguitos: 'Si me das a elegir entre tú y la belleza, me quedo con la belleza'; aunque sea por joder la marrana. Por ejemplo (y por no salirnos del tema), con El barril de amontillado, aquel negrísimo, irónico y sádico relato de suspense escrito por Edgar Allan Poe que escondía al inefable vino generoso como protagonista en la sombra de su trama. A decir verdad, cuando se trata de pequeñas dosis prefiero la literatura de misterio a la complejidad enológica, qué le voy a hacer. Pero cada cosa tiene su momento y hoy he aparcado mis preferencias para dejarme seducir en la taberna por el Amontillado de Bodegas Tradición. Palabras mayores.


Sostiene el tándem Girón-Barquín, que en su momento investigó la idiosincrasia del marco jerezano, que los amontillados son "difíciles y hondos, para la tradición vinícola andaluza serían algo así como lo que la siguiriya o la soleá para el cante flamenco"; y a mí no se me ocurre mejor símil para meterle mano al asunto. Oficialmente, el Consejo Regulador de la Denominación de Origen Jerez-Xérès-Sherry define así su elaboración y crianza: "Procedente de la fermentación completa de mostos de uva palomino, el amontillado es un vino singular, fruto de la fusión de dos tipos de crianza, la biológica y la oxidativa [...]. Su particular proceso de crianza comienza, como en el caso de los finos y manzanillas, con una fase inicial bajo velo de flor; a lo largo de los primeros años en las criaderas el vino adquiere notas punzantes y acentúa su paladar seco. A partir de un determinado momento, la desaparición de la flor provoca una segunda fase de crianza oxidativa, que oscurecerá paulatinamente el vino y lo dotará de concentración y complejidad". Eso, en (muy) resumidas cuentas, porque, como recuerdan Álvaro Girón y Jesús Barquín, "a todo ello se le pueden sumar otros factores muy relevantes, como son las características de la solera fundacional y la trayectoria histórica del vino en cuestión, la gestión de capataces y enólogos de las criaderas y soleras de amontillado, el microclima de la localidad y del edificio bodeguero y, cómo no, la selección de manzanillas y finos procedentes de mostos de reconocida calidad".

En el caso que nos ocupa, conviene saber que Bodegas Tradición es una joven empresa fundada en 1998, dedicada exclusivamente a la crianza y envejecimiento de vinos calificados por el Consejo Regulador como VOS (Vinum Optimum Signatum o, en inglés, Very Old Sherry: vino calificado como bueno de más de 20 años) y VORS (Vinum Optimum Rare Signatum o Very Old Rare Sherry: vino calificado como extraordinariamente bueno de más de 30 años). Aunque relativamente reciente, su puesta en marcha responde a la ilusión por continuar la legendaria tarea que un antepasado de los actuales mandamases, Pedro Alonso Cabeza de Aranda y Zarco, comenzó en 1653 creando C Z, registrada en los libros como la primera marca del Jerez comercial.


Amontillado Tradición es un vino generoso con una vejez superior a los cuarenta y tres años, fruto del ensamblaje de una selección de soleras de Jerez, El Puerto de Santa María y Sanlúcar. A saber: una de la familia Delgado Zuleta, otra de Croft (procedente de Alfred Gilbey, del siglo XIX, de Bobadilla), y otra de las bodegas Osborne (del siglo XIX). Con ello se consigue, según mantiene la propia bodega, "expresar el equilibrio entre los amontillados más delicados y elegantes (Sanlúcar) y los más potentes y profundos (Jerez y El Puerto)". Su crianza tiene lugar en botas de roble americano por el milagroso sistema de soleras y criaderas, con una primera fase de seis a ocho años bajo velo de flor y una segunda fase oxidativa de más de treinta años.

Para referirse a este añejo y prestigioso caldo, Luis Gutiérrez fue capaz de arrejuntar en agosto de 2013 unas cuantas obviedades recogidas en la nota de cata  publicada por The Wine Advocate en su número 208: "The NV Tradicion Amontillado VORS, certainly has the more complex and subtle nose of all these VORS and is on average 45 years old. It has a very clean nose, with elegance and complexity, powerful but subtle notes of hazelnuts, honey and even some dates. The medium-bodied palate shows a sharp wine with strong salinity, it has the power and the lightness, in a very difficult combination". Los que no os lleváis bien con las lenguas infieles, tranquilos: nada se dice en la parrafada anterior que no aparezca citado en cualquier manual de vinos de Jerez: limpieza, elegancia, complejidad, avellana, miel y bla, bla, bla; más una perla de cosecha propia: complicadísima combinación de poder y ligereza; y arsa y olé, si lo que buscamos es ponernos folclóricos.

Más descriptiva, aunque tan atropellada como de costumbre, es la reseña que puede leerse en la última Guía Peñín: "Color yodo, borde ambarino. Aroma acetaldehído, salino, ebanistería, frutos secos, especiado. Boca potente, sabroso, matices de solera, especiado, equilibrado". O sea, otro rosario de topicazos para los que no parece necesario haber estudiado mucho. Sea como fuere, entre lo uno y lo otro queda (más o menos) claro cómo se ve, se huele y se degusta desde las alturas mediáticas una copita de Amontillado Tradición, un vino por el que (sin que sirva de precedente) merece la pena aflojar la billetada que cuesta.


Amontillado Tradición

Palomino

43 años en botas de roble americano

19,5% alcohol

DO Jerez-Xérès-Sherry

Bodegas Tradición, Jerez de la Frontera, Cádiz, Andalucía, España

28.3.14

Dulce Crápula

Gabriel Martínez Valero vino al mundo en Jumilla y comenzó su andadura por los inextricables caminos del vino como cofundador de Casa de la Ermita, empresa en la que permaneció ocho años dedicado con ahínco a ennoblecer la variedad autóctona de su tierra, la monastrell. Tras un breve paso por la Rioja alavesa, donde contribuyó a situar en el mapa de las bodegas más recomendables a Baigorri, decidió emprender un proyecto personal (G.L.M. Estrategias de Vinos) que engloba marcas comerciales como NDQ, Cármine o Crápula. Para la elaboración de esos vinos cuenta desde hace un lustro con la colaboración de un par de amigos enólogos cuya tarea se está haciendo notar tanto en las sugerencias de los prescriptores de postín como entre los bebedores de acá y de acullá, que no pueden disimular su simpatía hacia algunos de sus caldos.

Sobre las tácticas empleadas a la hora de gestionar su joven negocio, su idea madre parece irreprochable: "Prefiero, antes que tener viñedos propios, comprar uvas seleccionadas por mi equipo de asesores y yo mismo, y que mejor se adapten a mis necesidades. Seleccionamos viñedos viejos de monastrell, de 60 años de media y de un gran porte, autorregulados de forma natural". De ahí salen tanto su vino estrella, Crápula, como su hermano pequeño, Dulce Crápula, con el que hoy me he relamido hasta el hartazgo en la taberna.


Se trata de un jarabe tintorro, afrutado y dulzón procedente de una cuidadosa selección de racimos sobremadurados de monastrell del que se cuenta que, tras un proceso de elaboración tradicional, es envejecido durante tres meses en barricas de roble, aunque en su ramplón etiquetado se omite cualquier dato que certifique dicha crianza. Así se obtiene un bebercio que en la última Guía Peñín es despachado con su laconismo habitual: "Color cereza, borde granate. Aroma fruta escarchada, fruta confitada, hierbas de tocador, especias dulces, tostado. Boca potente, sabroso, largo".

En cambio, el presidente fundador y de honor de la Unión de Asociaciones Españolas de Sumilleres, Juan Muñoz, se recrea un poco más a la hora de ponderar esta golosina apta para todos los públicos "que expresa una sinfonía de aromas y sabores que inundan los sentidos, donde aparecen notas de confitura de tomates, chocolate, higos, etc.", y recomienda servirlo bien frío y en pequeñas dosis (no seré yo quien le lleve la contraria) como acompañamiento de quesos azules, chocolates e "incluso para un buen robusto habano". Por su parte, la responsable de Evol, Elisa Martínez Navarro, barre para casa y sugiere maridar Dulce Crápula con chucherías típicas de Jumilla, como sequillos o pirusas, aunque se cuela a la hora de proponer una temperatura de consumo (demasiado alta, para mi gusto) en torno a los 10-12º.

Para quienes a estas alturas aún alberguen dudas acerca de la tipología del caldo que nos ocupa, bastará advertir que se trata de un vino que no siente compasión por los golosos y que, por eso mismo, debería incluir en alguna parte la misma advertencia que los medicamentos más traicioneros: manténgase fuera del alcance de los niños... y de los lamerones, claro.


Dulce Crápula

Monastrell

16% alcohol

DO Jumilla

G.L.M. Estrategias de Vinos, Jumilla, Murcia, España

31.1.14

Vespral Gran Reserva 2006

¿Podría un gran reserva de la Terra Alta pasar por amontilliado? La respuesta es sí; al menos, si se adquiere en Lidl empeñando en la arriesgada aventura solo la calderilla que cabe en un diminuto monedero. Y eso es, justamente, lo que le ha sucedido a mi tabernero: movido por la curiosidad ante el constante cacareo de los bienpagaos prescriptores de andar por casa acerca de las excelencias de los vinos de lineal de supermercado y sus marcas blancas, el otro día le echó bemoles al asunto y se agenció un ejemplar digno de figurar, desde ya, en las páginas de lo que Florian Werner ha titulado con discreción La materia oscura, aunque su chivato subtítulo lo delate: en realidad, se trata de un pormenorizado repaso a la "Historia cultural de la mierda".

El caso es que hoy nos hemos echado unas (amargas) risas en la taberna a cuenta del brebaje en cuestión, embotellado por Viña Tridado y dado a conocer como Vespral Gran Reserva: una engañifa cuya contraetiqueta esconde una falacia para enmarcar y conservar en el museo de los horrores vinícolas: "Tras una esmerada crianza total de 60 meses, de los cuales, como mínimo 24 meses han sido en barrica de roble, este vino llega a su plenitud y obtiene un intenso color rubí. Su sabia composición de uvas Tempranillo y Cabernet Sauvignon permite un reposo de hasta 6 años en su bodega". Pero lo que uno descubre tras descorchar su tramposa botella es un artificioso caldo con el que la oxidación se ha cebado, convirtiendo lo que debería ser un vino robusto y serio en un imposible bebedizo más cercano a los generosos jerezanos pasados de rosca.

Según la web de la cadena de supermercados que lo comercializa, Vespral es un "vino de aroma potente y marcada personalidad, de agradable sensación inicial y largo postgusto"; un "vino de intensidad alta en nariz, donde destacan toques de vainilla, regaliz y ligeros tonos ahumados. Carnoso, untuoso y equilibrado en boca". Lo que pasa es que durante su descuidado proceso de crianza se han evaporado las escasas propiedades varietales conservadas tras un (aún más) descuidado proceso de selección, mal que le pese a catadores como Albert Flores i Arqué, que aseguran haber hallado en él un vino "ampli, consistent, persistent i equilibrat; afruitat a gers i groselles amb un final a fruits secs, lleugerament a albercoc i cacau".

La clave del desaguisado nos la da el traductor de Google, que en ocasiones hace gala de una inesperada agudeza: donde Lidl pretende (des)informar a sus clientes alemanes ("Nach einer sogfältigen Lagerung con insgesamt 60 Monaten"), el diccionario digital instantáneo le devuelve un zarpazo en toda la jeta ("Después de una estafa de almacenamiento sogfältigen total de 60 meses"). Ese debe ser el 'secreto de Lidl', que se vanagloria (inútilmente) de conseguir vinos de la mejor calidad al mejor precio defendiendo un exhaustivo control "desde el viñedo hasta la venta de los mismos en la tienda correspondiente, incluyendo el proceso de vinificación y embotellado"; un doble proceso que implica a "su propio instituto de control independiente" y a otro "instituto de control externo", de los cuales no se aportan más datos. Eso sí, parece ser que dicho procedimiento ha llevado a las marcas blancas de Lidl a ocupar "el primer puesto en las catas a ciegas que realizan regularmente revistas de enología líderes en el sector con muestras representativas", un hecho, empero, del que las hemerotecas consultadas no recuerdan más que aquella gloriosa ocasión en la que "la prestigiosa revista alemana Weinwirtschaft" calificó su surtido como "el mejor dentro de las cadenas de alimentación de descuento" en 2007. ¡Casi ná!

Maite Corsín, una sospechosa habitual del ibérico microcosmos enológico que asegura haber probado y puntuado más de 45.000 vinos para la Guía Peñín de los Vinos de España y otros medios especializados, concedió en cierta ocasión "un 7 de media a los vinos del Lidl", después de catar una nutrida selección de los mismos entre la que se encontraba el hermano pequeño (crianza) del Vespral que aquí nos ocupa. "Hasta los reservas y los vinos con más envejecimiento", aseguraba entonces la enoconsejera, "despistan porque son vinos que parecen más jóvenes que 'sesentones"; una observación de la que, tras la maldita ingesta de este gran reserva que ni es grande ni es reserva, solo cabe rescatar lo sustancial: los vinos de Lidl despistan; tanto, que incluso un maduro tinto del Baix Camp tarraconense podría pasar por un amontillado jerezano. Pero un amontillado malo, malísimo.


Vespral Gran Reserva

2006

24 meses en barrica de roble

Tempranillo y Cabernet Sauvignon

13% alcohol

DO Terra Alta

Viña Tridado, Les Borges del Camp, Tarragona, Cataluña, España

22.1.14

¿Cuánto cuesta una botella de vino?

¡Maldita la hora en la que mi tabernero y yo nos hemos inmiscuido en una de las más agrias polémicas que mantienen en vilo desde antiguo al tinglado vitivinícola español: el precio de la botella de vino! Cuanto más me adentro en el abismo de este negocio, a base de tragos y charlas, más cercano me siento a la rutina dominical instalada en casa de Valerio Magrelli. En su último libro, Adiós al fútbol, el poeta romano confiesa cerrar la semana dando vueltas por el salón, intentando evadirse del resultadismo balompédico: "Quiero saber y al mismo tiempo no saber". Lo mismo me ocurre a mí con el vino.

En fin, que el tabernero y yo nos las hemos tenido tiesas a cuenta del irresoluble asunto. La chispa que ha prendido una mecha trenzada tiempo atrás han sido sendos artículos publicados en los últimos días por una de las (más resistentes) fuerzas vivas de la crítica enogastronómica de nuestro país (Carlos Delgado) y por un blog paradigmático de la posmodernidad librecambista (Popthewine.com), que han dejado (más o menos) claras sus respectivas posturas sobre la peliaguda cuestión.


Por un lado, los responsables del portal de venta online que se cisca desde sus principios fundacionales en puntos, guías, medallas y gurús, defienden, tras una larga exposición de motivos, que "solo en costes de producto 'puro" (uva, sustancias adicionales, barrica, recipiente, tapón y etiquetado) una botella de vino puede "superar los 6 euros fácilmente", a los que habría que añadir "el coste humano (nóminas de los empleados en bodega y trabajos sobre la viña), el coste estructural (edificio de la bodega, depósitos, maquinaria agrícola), el coste de elaboración (máquina embotelladora, depósitos, luz, agua, productos, abonos, combustible, etc.), los costes financieros (hay vinos que salen de la bodega tras años de su vendimia), costes de marketing (acudir a premios, ferias, salir en las guías y publicaciones, catas, degustaciones, etc.) y los impuestos (que tan solo el IVA del vino comprado en una tienda es del 21%) o pertenencia a denominaciones de origen"; sin olvidar que "¡algo habrá que sumarle a eso para que gane algo de dinero la bodega, el que lo transporta y el que lo vende!".

Por otro lado, el autor del Manual del Santo Bebedor afina un poco más la puntería antes de lanzar un dardo envenenado contra el todopoderoso prescriptor patrio: "La guerra de los precios bajos (lowcost) puede causar estragos en el sector vitivinícola español y afectar seriamente la imagen de calidad de sus vinos. A la política agresiva de las grandes superficies, con promociones, venta en exclusiva y fuertes rebajas, se unen los vinos de marca 'blanca', que, en el caso de Carrefour, han tenido el privilegio de ser valorados por la prestigiosa Guía Peñín 2014. Y con puntuaciones de notable para arriba". Tras lo cual se atreve a poner nombre y apellidos a sus desvelos: "La duda surge ante determinadas ofertas, como un Rioja Reserva 2008 por 3,80 euros, el Tres Reinos de Carrefour (84 puntos GP), embotellado por Marqués del Atrio".

Tenemos, por tanto, dos hechos incontrovertibles y (aparentemente) enfrentados: de una parte, una razonada (y más que razonable) justificación del precio medio recomendado para una botella de vino español; de la otra, la (más que tozuda) realidad: su verdadero precio de mercado. Y a un servidor, marcado por el estigma del escepticismo desde su forzado paso por la pila bautismal, ni lo uno ni lo otro le terminan de convencer, para qué engañarnos. Sobre todo porque, a fin de cuentas, ambos enunciados vienen a decir lo mismo: que una botella de vino no debe ser tan cara como la venden unos ni tan barata como tratan de venderla otros.


A estas alturas de la historia, no se trata de alistarse con tirios o con troyanos, sino de ir al meollo de la guerra. El principal peligro de la estrategia que (mal)vende los caldos a precio de saldo no es el coste en sí mismo, sino el (convenientemente remunerado) aval prestado por los consejeros más mediáticos a semejantes (sub)productos. Concretando: el pasado 17 de diciembre, la Guía Peñín de los Vinos de España anunciaba a bombo y platillo la inclusión (por primera vez) en su edición 2014 de "los más de 70 vinos de marca propia de los hipermercados Carrefour", y justificaba la medida (auto)erigiéndose en servicio público: "Con la incorporación de los vinos de marca propia de la Bodega Carrefour se atiende a la demanda de aficionados al vino que buscan en la Guía Peñín una herramienta que les oriente entre el amplísimo número de marcas que existen en el mercado".

A decir verdad, a mí no me han preguntado nunca, y al resto de la parroquia que se ha sumado al debate mantenido entre el tabernero y yo, tampoco. Así que me barrunto que donde dice "demanda de aficionados al vino", debería decir "talegada aflojada por los paganinis de la cadena de hipermercados". En caso contrario, resultaría imposible de digerir el comunicado lanzado solo tres días después por la propia Guía, en un alarde de farisaísmo sin parangón que afectaba directamente a la competencia: "La cadena de supermercados Lidl ha accedido a retirar cualquier alusión a Guía Peñín en la sección de bebidas de todos sus establecimientos". Con vomitivo recochineo, el presidente de honor del alcohólico vademécum, José Peñín, zanjaba la cuestión el 22 de diciembre vanagloriándose en las redes sociales de su subvencionada omnipotencia: "En Carrefour ponen los puntos Guía Peñín hasta en las cajas de vinos", se podía leer en un bochornoso tuit que adjuntaba foto del desmán. Resumiendo: la Guía Peñín solo tiene amigos entre quienes que pasan por caja.


Todo esto dibuja un escenario devastador para el futuro del vino español, en el que el consumidor medio habrá de andarse con cuidado si no quiere caer en alguna de las numerosas trampas que le tiende el mercado. Por ir concluyendo: para elaborar la Guía Peñín 2014 se han catado (supuestamente) unas 10.000 referencias, pertenecientes a 2.137 bodegas (menos de la mitad de las existentes en España), con una nota media de 87,8 puntos; si tenemos en cuenta que casi un tercio de los vinos reseñados (3.328) supera el umbral de los 90 puntos, a nadie en su sano juicio se le ocurriría exhibir con orgullo puntuaciones de 84 (Tres Reinos, citado por Carlos Delegado) o de 87 (Moralinos, tuiteado por monsieur Peñín). Pero, en un país asolado por la necedad, incluso el cutrerío más atroz (ocupar el puesto 6.000 u 8.000 en un sector determinado) puede ser vendido con ostentación. Los puntos comprados al peso pretenden compensar un precio aligerado de cargas con el único fin de confundir al consumidor desinformado, y así es imposible adivinar cuánto cuesta realmente una botella de vino.