4.3.14

Gatos por liebres

En un puñado de tardes tabernarias me he merendado Lo que hemos comido, una arcaica (y sin embargo deliciosa) declaración de intenciones publicada por Josep Pla en 1972 y reeditada ahora como libro de bolsillo por Austral. Extraído del prólogo encargado a Manuel Vázquez Montalbán con ocasión de su primera traducción al castellano en 1997, 'El verdadero profeta de la cocina mediterránea' es el provocador subtítulo que luce en su fachada la presente edición de una obra menor pero insoslayable en la trayectoria de un autor definido por Francisco Fuster como "un auténtico especialista a la hora de maridar las salsas y las letras".


Para abrir boca, tomemos como aperitivo un somero autorretrato esbozado por el propio Pla a modo de propósito de su obra:

"Yo nunca he sido cocinero. No tengo la menor idea sobre recetas culinarias. Lo que me interesa de la cocina son los resultados, la eficacia. Nunca he sido ni un gourmet ni un gourmand. Mi capacidad de absorción de alimentos siempre ha sido muy precaria. Es probablemente éste el motivo por el que he llegado a vivir algunos años. Estos papeles los escribo habiendo cumplido setenta y cuatro años, que ya son muchos. Mi ideal culinario es la simplicidad, compatible en todo momento con un determinado grado de sustancia. Pido una cocina simple y ligera, sin ningún elemento de digestión pesada, una cocina sin taquicardias. El comer es un mal necesario y, por tanto, se ha de airear".

Acaso sea cierta la anotación con la que la editorial promociona su flamante producto ("La cocina auténtica, sin prisa y con amor al prójimo que reclamaba Pla, parece renacer en el presente"), pero no conviene olvidar que hace cuatro décadas el autor ampurdanés ya denunciaba (de ahí lo de "profeta") las moderneces de un país que a duras penas dejaba atrás el hambre y el racionamiento, a los que ahora volvemos:

"La cocina como arte de lentitud, paciencia, moderación y calma va de capa caída. Me gustaría saber si es posible hacer algo en este mundo, si no es a base de observación y de calma. Todo lo que no sea obedecer este principio es una pura fantasía para primarios. Ahora se quiere hacer una cocina llamada revolucionaria: a procedimientos tradicionales y arcaicamente meditados se les aplica este adjetivo de la más repugnante demagogia. Vayan entrando, si así lo desean, en la cocina revolucionaria, y cada día comerán peor. ¡La cosa es tan notoria y tan clara!".

Si aún estuviera entre nosotros, Pla desmontaría la cocina de vanguardia con la misma facilidad de cuando entonces:

"La cocina lujosa, única, excepcional, basada en algún romántico sacrificio, en algún esfuerzo inusitado o en algo nunca visto es una fuente de enormes desilusiones y desengaños. La cocina es perfectamente compatible con un punto de decorativismo exterior, pero de aquí no se pasa. La cocina, toda forma de cocina, es limitada. Convertir las liebres en gatos o los gatos en liebres por razones de distinción, de esnobismo o de romanticismo es un error garrafal, una absoluta insensatez. En la cocina, el trasfondo de normal demencia humana es inadmisible: se puede hacer el loco en cualquier otro ámbito vital, jamás en la cocina".


Lo que hemos comido fue excelentemente digerido por otros ilustres comilones de nuestras letras como Nestor Luján ("El gran libro de gastronomía que todos esperábamos de él") o Joan Perucho ("Un monumento literario a la cocina general del país"), alistados en el mismo bando que aquel que advertía: "Frente a la cocina, pues, soy un tradicionalista recalcitrante, un conservador enconado. No aspiro a contribuir a ninguna revolución culinaria, sino todo lo contrario: a salvar todo lo que sea salvable".

En cuanto al bebercio, Valentí Puig ha rescatado desde el ámbito académico una jugosa anécdota protagonizada por quien se tenía por orgulloso solterón: "Por lo que sé, Pla tenía un buen paladar, un paladar fino, pero nunca comió mucho. Más bien poco. Seguramente bebía más que comía. Como pequeño propietario rural, en la declaración de Abastos, en la casilla de 'estado' acostumbraba a poner: 'Ligeramente alcohólico”. O sea, uno de los nuestros.