La Hacienda del Carche ocupa un centenar de hectáreas de viñedos y olivares en Jumilla (Murcia) y combina umbría y regadío con secano. Fundada en 2006 por varias familias de larga tradición vinícola y emparentada actualmente con Casa de la Ermita bajo el amparo del "otro García Carrión" (Juan Vicente), sobre sus suelos pardos y calizos comparten protagonismo variedades autóctonas y foráneas así como cepas viejas y otras (mucho) más jóvenes, plantadas en el momento de su creación, lo que posibilita un considerable equilibrio a sus caldos. Situada a una altitud media de 550 metros sobre el nivel del mar, su clima es seco y soleado, continental aunque con una notable influencia mediterránea.
El último niño mimado de la Hacienda es Infiltrado, un vino recién parido en cuyo pintoresco continente confluyen (casi) todas las tonterías ofertadas hoy en día por el posmoderno mercado vinícola: botella estrafalaria, etiquetado heterodoxo, infografía para dummies, superfluas advertencias textuales... El colmo de la gilipolluá, o sea. Pero vayamos por partes.
Infiltrado se pasea por el mundo (y para más inri por mi taberna favorita) luciendo llamativas trazas, enfundado en un traje de hombros desparejos que se hace llamar botella Abellán en honor a su inventor, al que me gusta imaginar un tanto avergonzado a la hora de redactar las (presuntas) virtudes de su artefacto: "Es una botella decantadora. Su peculiar hombro invertido evita que los sedimentos o partículas sólidas que se puedan encontrar en su contenido, salgan al exterior"; "Debido a sus características y su altísima calidad, está catalogada como botella Premium"; "Su novedoso diseño también se refleja en sus paredes, que no son paralelas, lo que impide el deterioro del etiquetado al no rozarse unas con otras en el momento del almacenado o exposición"; "Comercialmente, ante dos botellas de vino similares, el consumidor percibirá como el de mayor calidad el más alto y pesado. [...] Su gramaje, similar al peso de una botella de cava o champagne; su altura, de las más altas; y su diseño, la convierten en una botella única y diferente de las de la competencia". Pero, como diría Super Ratón, "no se vayan todavía, aún hay más": "Lo más importante es que la botella Abellán brinda la posibilidad de no tener que filtrar el producto. De esta manera conseguimos un género que conserva todas sus propiedades organolépticas intactas. Completamente natural. Sin adulterar. Un producto orgánico, de mayor calidad. Y con el vino en particular, por un lado, dota al enólogo de una herramienta más para obtener caldos más personales, aprovechando todos los matices, sin perder los aromas y sin perder color, y por otro, permite a la bodega reducir costes de fabricación al poder suprimir la 'estabilización por frío'. Los altos costes, tanto energéticos como medioambientales que conlleva enfriar el vino con el fin de filtrarlo desaparecerían". Así que, para pasmo de propios y extraños, de las palabras del crecidito Pablo Abellán Guillén se deduce que la práctica totalidad de las bodegas y los vinos del mundo mundial son antinaturales, adúlteros, inorgánicos, de escasa calidad, impersonales, sin matices, sin aromas, sin color... y derrochones. O lo eran hasta que llegó él, por supuesto, con su revolucionario invento bajo el brazo. A partir de ahora sí que vamos a saber lo que es beber vino de calidad. El secreto estaba en la botella... ¡y nosotros sin enterarnos!
Además, para envolver su flamante regalito, la bodega murciana utiliza un etiquetado voyeurista, con artísticas pegatinas oblicuas al frente y tipografía más propia del embalaje industrial de la ley seca que del consumista lassez faire contemporáneo; y sobre él estampa un dibujito indicando la posición correcta de servicio, como si para tomarse una copa de su presuntuoso bebercio fuera necesario hacer un máster en inclinación botellil; y sobre la ridícula ilustración, añade la catalogación más absurda de cuantas se vienen imponiendo en la enología universal en los últimos años, traducida, en su desmedido afán de sinvergonzonería, a varios idiomas: "Vino de autor". Y, como ya no soporto más sandeces, acudo al diccionario; y compruebo que 'autor' significa lo que yo creo que significa ("Persona que es causa de algo"); y me pregunto si los vinos en los que se omite tan desatinada advertencia se hacen solos, debido a alguna extraña conjunción de los astros; y harto ya de estar harto, como Serrat, me cago (con perdón) en las castas de los vendemotos. Para colmo, aún sigo intentando digerir el avispado juego de palabras que los macarras de la mercadotecnia emplean para presentar su producto: Infiltrado - Vino sin filtrar. Casi ná, los cerebritos.
¿Y del contenido, qué? Pues más o menos lo mismo que del continente. Se trata de un coupage de syrah (50%), monastrell (40%) y garnacha (10%), en el que lo más destacable es su paso (parcial) por barricas nuevas de roble francés para realizar la fermentación maloláctica. La nota de cata oficial lo presenta de "un atractivo color violáceo con intensos aromas a frutos rojos y golosinas, con finos atisbos de madera nueva y especias blancas" y añade que "en la boca se desvela muy fresco con gran exaltación de su juventud, al mismo tiempo que se percibe su naturalidad". Pero, en este caso, resultan mucho más descacharrantes las apreciaciones de uno de sus primeros catadores públicos, Oscar Sonsiera, dueño y señor de Hemoglovinum: "En copa muestra un rojo cereza intenso y radiante, con una capa superior azulada que deriva en un ribete violáceo precioso. Como veréis, al movimiento tiñe el balón creando la sensación de ver un Chupa Chups de fresa". Esto promete. Sigamos: "La nariz es intensa, potente, mucha fruta roja, notas lácteas acompañadas de golosina de fresa, las típicas regalices rojas y después untadas en Petit Suisse, muy divertido. Las notas especiadas también aparecen junto a unas leves notas cremosas". Lo dicho. Y todavía queda la boca: "Es una pasada, fruta roja madura pero en un punto juerguista, pura explosión. Toques ahumados, con grandes dosis de chucherías, una fiesta dulce en la boca, curiosamente el vino está equilibrado, nadie despunta ni amarga la fiesta, dotándolo de una extraña sensación de frescura y bien hacer. Encantador, joven y divertido".
¿Divertido? Ni mucho menos. Infiltrado es un vino que dice mucho más por fuera (y no precisamente para bien) que por dentro. "Divertido no es lo contrario de serio", dejó avisado el gran Chesterton; "divertido es lo contrario de aburrido, y de nada más". Y, por desgracia, este caldo no es nada serio aunque sí (muy) aburrido. Por cierto, por culpa de tanta parafernalia, cuesta mucho más de lo que vale.
Infiltrado
2013
Syrah, Monastrell y Garnacha
13% alcohol
DO Jumilla
Hacienda del Carche, Jumilla, Murcia, España