24.4.14

El viaje (de ida y vuelta) de Tío Pepe

En 2009, el Ayuntamiento de Madrid indultó cuatro emblemáticos luminosos como excepción que confirmaba la regla fijada por una nueva ordenanza de publicidad exterior que pretendía reducir la contaminación lumínica capitalina. Se salvaron de la quema el anuncio de Schweppes en Callao, el de Firestone en las Escuelas Aguirre, el del BBVA en la Castellana y el más popular de todos, que fue hiperbólicamente defendido por el (entonces) alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón: "El Tío Pepe es a Madrid lo que la Torre Eiffel a París, dado que ambos iconos surgieron sin vocación de permanencia pero se han acabado incorporando al paisaje urbano de ambas capitales".


Dejando a un lado la odiosa comparación (y la relamida grandilocuencia) del retrógrado ministro pepero, lo que parece (in)discutible es que el neón que anunciaba el famoso fino jerezano en la Puerta del Sol se había convertido, cuando menos, en un símbolo de resistencia. Más antigua que el kilómetro cero (1950), el oso y el madroño (1967) o la estatua ecuestre de Carlos III (1994), esta insuperable atalaya había sobrevivido a una guerra (in)civil, a una rancia dictadura y a los antojos de los politicastros de turno. Lo que en un principio fue solo una copa apoyada en la 'G' de González Byass, y más tarde se transformó en una botella vestida con chaquetilla roja y sombrero por obra y gracia de Luis Pérez Solero, parecía ya un elemento inamovible del centro oficioso de nuestra península histérica. Hasta el 18 abril de 2011, cuando fue trasladado a una nave industrial de Alcalá de Henares de la que hace unos días ha vuelto debidamente restaurado, tan solo tres años más tarde de su incomprensible destierro. Mas no ha regresado para ocupar su antiguo emplazamiento sino para encaramarse a las alturas de un edificio vecino, operación para la que han sido necesarias arduas negociaciones y varias campañas sociales y mediáticas.

Pese a todo, los motivos de su retirada (inicial) y de su traslado (definitivo) poco tienen que ver con la lógica de la normativa municipal. La peripecia sufrida por el publicitario elemento se debe, a falta de confirmación oficial, a las leyes no escritas de la competencia globalizadora: de un tiempo a esta parte, corre por los mentideros castizos que la remodelación del hotel París, sobre cuya azotea descansaba hasta hace tres años el luminoso de marras, incluirá definitivamente la apertura en sus bajos de una Apple Store; y cuentan las lenguas de vecindonas que son los celos de la compañía manzanera los responsables del simbólico destierro.

Don dinero, el poderoso caballero glosado por Quevedo, se impuso por un tiempo a la tradición y el (supuesto) deseo popular, pero ahora que la afrenta yanqui está vengada, merced a la aviesa hospitalidad del parné nacional, se vienen escuchando algunas tímidas voces (más ordenancistas que las propias ordenanzas) denunciando la aberración que supone (re)instalar el nuevo rótulo en el centro neurálgico del país. Y, aunque nuestro refranero advierte claramente que a palabras necias deberían corresponderle oídos sordos, no ha faltado quien se ha ofrecido voluntario para dar algunas pistas de por dónde van las cosas en el mundo civilizado: por ejemplo, Víctor de la Serna (juez y parte del tinglado vinícola), argumentando con ejemplos gráficos de "una discreta y austera ciudad protestante, Ginebra" o "una vibrante metrópoli americana, Nueva York", su defensa razonada de que, en pleno siglo XXI, los rótulos luminosos forman parte indisoluble de los paisajes urbanos más cosmopolitas.


Pero quien ha rizando el rizo del cachondeo alrededor del asunto ha sido un competidor directo de Apple, que ha aprovechado el acontecimiento para poner en práctica una nueva especie de parasitismo publicitario: Nokia Spain ha anunciando en las redes sociales su modelo Lumia 1020 tirando de retranca nacionalista: "El Tío Pepe no está en la Gran Manzana", es la frase sobreimpresionada que puede leerse sobre el mítico cartel, haciendo alarde, de paso, de las virtudes ópticas (cámara de 41 megapíxeles) del flamante modelo de teléfono móvil. Visto lo visto, el espectáculo no ha hecho más que comenzar.