Hace un lustro, el primogénito de David Álvarez y gerifalte de Vega Sicilia, Pablo Álvarez, largó un titular en la prensa de los que definen una época. La culpa la tuvo una entrevista publicada por El Correo con motivo de sus bodas de plata al frente de la bodega que asegura vender sus vinos por amistad, no por dinero, y la frase de marras trajo cola: "En el mundo del vino hay mucha tontería", dijo, después de haber recalcado que la suya era "una bodega discreta". Nada nuevo bajo el sol, pues se trataba de algo que pensaba todo quisque aunque solo se le escapara en voz alta a los más irreverentes. Lo que sí resultaba novedoso es que las piedras fueran lanzadas a su propio tejado por una personalidad tan relevante en el tinglado vitivinícola. ¿(Auto)defensa preventiva o indisimulada denuncia de la (in)competencia? Veamos.
Por aquel entonces aún no habían tenido lugar las (pen)últimas luchas intestinas al frente de la empresa, que han dado al traste con la (interesada) unión de una familia (numerosa) irremediablemente divida por el poder (económico), que se ha convertido en protagonista de un culebrón con más puntos en común con 'Falcon Crest' que con el prestigio internacional cosechado tras varias décadas de buenas prácticas, arruinando, de paso, su pretendida discreción. Pero lo capital en este asunto es que en aquel tiempo Vega Sicilia aún no había cometido su recentísima y más ridícula bobada: la retirada del mercado de Pintia 2009 y la suspensión del lanzamiento de Alión 2010, una operación que (presuntamente) le costará alrededor de diez millones de euros.
La excusa oficial para permitirse tal derroche es la aparición de unos posos distintos a los que habitualmente proceden de la materia colorante del vino, que precipitan fácilmente al fondo de la botella. Por contra, las partículas detectadas en las dos añadas señaladas se mantienen en suspensión de manera continua provocando una permanente turbidez que, según Pablo Álvarez, su empresa no puede permitirse. La operación, que afecta a más de medio millón de botellas, fue desvelada por entregas en la edición castellano-leonesa del diario El Mundo, firmada por Fernando Lázaro: el 28 de marzo, en formato noticia, a página completa; al día siguiente, como columna de opinión con un rendido titular harto sospechoso: "Vega Sicilia, el mito crece". Y digo sospechoso porque, quienes ya habían catado los caldos en cuestión, consideran que las impurezas que ha desencadenado los acontecimientos no son más que menudencias; por eso, y por algunas cosas más.
Resulta que el revuelo causado por la citada información se ha producido solo unos días después de hacerse público que Bodegas Torres se encaramaba hasta la primera posición del ranking de las marcas vinícolas más admiradas del mundo (World's Most Admired Wine Brand), según una encuesta realizada por la revista británica Drinks International entre más de doscientos profesionales vinculados al mundo del vino (compradores, sumilleres, periodistas y maestros), con lo que el grupo catalán se convierte en la primera bodega española (y europea) en disfrutar de semejante reconocimiento, por encima de los châteaux más prestigiosos (Latour, d'Yquem y Margaux) y, sobre todo, de Vega Sicilia, que repite en el décimo puesto.
Para quienes somos maliciosos por naturaleza, estos hechos, unidos a una cada vez más dispersa estrategia empresarial y a los bochornosos tejemanejes familiares, hacen sospechar que lo que se trata de vender a la opinión pública como un sublime ejercicio de responsabilidad corporativa no es más que una calculada operación de lavado de imagen con cargo a los réditos obtenidos hasta ahora merced a un inmaculado estatus que, por culpa de despropósitos como estos, está siendo gravemente mancillado. En cualquier caso, ahora se entiende mucho mejor la premonitoria frase escupida hace cinco años por el mayor de los hermanos Álvarez Mezquíriz: cuando dijo que "en el mundo del vino hay mucha tontería" sabía perfectamente de lo que hablaba.