30.1.14

Contra el vino del presente

Perdón por la tristeza pero hoy ha muerto Félix Grande, tan cercano en lo material y en lo spirituals (que diría él) por cuestiones que no vienen al caso. Enmudecidos por la pena, el tabernero y yo hemos gastado la tarde (re)leyendo algunos envinados párrafos de su monumental Memoria del flamenco, como aquel en el que denuncia la intrascendencia del vino del presente:
"Hay un vino intermedio. No tiene relación con la memoria: no quiere asesinarla, no quiere acentuarla. Es un vino ruidoso, que ayuda a hablar, a reír, finalmente a dormir. Se toma en grupo, con abundancia y sin hacerle caso: no se cohabita con él, se le utiliza. Es el vino de las fiestas de fecha fija, es un vino excitante, veloz, sin imaginación. Junto a él hay sonidos de tenedores, músicas voluminosas de aparatos de radio, gritos de camareros o de anfitriones o invitados. Es un vino que comparece en las reuniones familiares, en muchas bodas y bautizos, en los sábados que lograron eludir la desgracia de las horas vacías. No tiene relación con la memoria. A este vino no se lo bebe con desesperación, ni con rencor, ni con autopiedad; tampoco se lo bebe con parsimonia y corazón, con lenta plenitud, con inteligencia del mundo. Se lo bebe, quizá entre baile y baile, con avidez casual, o con una alegría que no tiene conciencia de su propio milagro, una alegría municipal, útil, muy sana, no muy conmovedora. Éste es el vino del presente. Sus consumidores no soportan, creo, demasiados sufrimientos inexplicables; tampoco, creo, sus emociones enigmáticas son demasiado duraderas. Utilitario y subalterno, es un vino eficiente, sin compromisos, sin pasión, sin heridas. Es el vino que tiene mayor número de parroquianos, ni desdichados en exceso, ni emocionados en exceso: de parroquianos sin exceso. Os juro que no hay desprecio en este boceto de una manera de beber. Yo no desprecio a nadie. Pero amo la memoria →ese cordón umbilical del tiempo →ese cordón umbilical del mundo. Amo ese instante de la memoria en que, reventando de nombres y de años y de emoción y de dolor, alcanza ese estado al que se ha hallado un nombre hermoso: los sentimientos oceánicos, las emociones oceánicas. Allí no llega este vino intermedio. Este es el vino del presente. No tiene relación con la memoria. No necesita asesinarla. No necesita acentuarla. Es autosuficiente: es pequeño. Es un vino que no busca al olvido, pero finalmente lo encuentra: en el sueño, en la fatiga, en el embotamiento, en la indiferencia de la repetición. Y ese olvido, aunque sin crispación, de algún modo también sustituye a la vida. De algún modo, la usurpa. De los días, de los hechos monótonos y repetidos, se desprende, fantasmal, la ceniza del Universo. Este vino intermedio no reaviva el incendio de vivir. Sin vehemencia, sin hondura, modesto, el vino del presente carece incluso de lo que tiene aún el vino trágico: la lenta y solitaria lágrima que se enfría".


Ha muerto Félix Grande, el poeta que nos dejó en herencia un soneto (El vino a solas, la memoria ardiendo) cuyos sobrios tercetos finales hoy cobran un nuevo (y doloroso) sentido:

"Delicada catástrofe; desgracia taciturna.
La escasa fe maltrecha que queda se embadurna
en interrogaciones sin futuro ni afán. 
Y me he quedado solo, sin sombra, mortecino,
rebuscando calor en mi aterido vino.
La vida nos engaña, las cosas se nos van".