7.1.14

Aviva Pink Gold

En la taberna ha aterrizado hoy, como envenenado regalo de Reyes, un objeto vinícola no identificado (ovni) con hechuras de espumoso que se presenta como Aviva Pink Gold; un brebaje que no he podido resistir la tentación de llevarme a los labios aunque, tras la repugnante experiencia, he jurado ante mis adorados dioses mitológicos que lamentaré por el resto de mis días este vano intento de subirme (¡solo por un instante, ojo!) al carro de la modernidad.

El artefacto, catado de mala gana, es la primera genialidad (es un decir) parida por el nuevo propietario de Torre Oria, un arribista exchocolatero que adquirió a precio de ganga la legendaria bodega, fundada en 1897 por la familia Oria de Rueda y asentada desde entonces en el Dominio del Derramador de Requena en Valencia. El susodicho cerebrito, Víctor Llinares, ha envuelto bajo el manto nominal de la manida I+D y el paraguas de la marca Vintes un ridículo proyecto que ha desembocado en el fogoso caldo que ahora nos ocupa, aunque cualquier bebedor con olfato advertirá a la primera de cambio que la martingala propagandística levantada alrededor de este llamativo objeto de deseo no es más que un descomunal derroche de mercadotecnia destinado a burlar fronteras sin aduana y violar paladares poco exigentes.


Aviva es, para entendernos, un mejunje encantado de conocerse que viene a sumarse al postureo masivo practicado por esas insensatas bodegas posmodernas que se vanaglorian de despreciar la esencia de una ciencia milenaria (la enología) quedándose en la epidermis del asunto. Resumiendo: al promotor de Aviva lo que menos le importa de todo este tinglado es el vino; de hecho, la escueta información que puede leerse en su contraetiqueta lo define sin ambages como "aromatized wine product cocktail" y aconseja conservarlo durante cinco días en el frigorífico una vez abierto. Eso es todo. El resto lo tiene que poner, por su cuenta, la imaginación del potencial consumidor. Por ejemplo, que el caldo está elaborado a partir de las variedades moscatel de Alejandría y airén y que el método seguido para su consecución es el tradicional champenoise, aunque ambas afirmaciones quedan en entredicho al primer sorbo de un sucio revoltijo en el que la materia prima queda tan enmascarada que resulta imposible aventurar un diagnóstico acerca de su origen.


Así las cosas, el mayor halago que se puede hacer al Aviva Pink Gold se reduce a una desagradable imagen: darle un trago resulta tan poco apasionante como pegarle un bocado a un ramo de flores recién arrancado, con tierra y todo. Su abracadabrante aspecto anuncia lo que después sobreviene en nariz y boca: un líquido turbio en el que se revuelven tortuosamente finas partículas doradas por entre una repulsiva y espesa base anaranjada; y tanto más se revuelven cuanto más se agita el continente, como bien retratan sus campañas promocionales, que venden el 'Aviva effect' como la panacea universal contra el anquilosamiento de la industria vinícola, dando a entender que la imperiosa necesidad de marear la botella antes de cada servicio debería convertirse en condición sine qua non para un provechoso bebercio. Lo que ocurre es que, en un país donde el cachondeo es el deporte nacional, el pretendido efecto fuego se ha transformado en efecto bumerán y se ha vuelto contra sus artífices, inundando la red de graciosetes chascarrillos y vídeos desmitificadores en los que la coña se apodera, para nuestro solaz, del infeliz alumbramiento.


Aviva Pink Gold

2012

Moscatel de Alejandría y Airén

5,5% alcohol

Vintes, Derramador - Requena, Valencia, Comunidad Valenciana, España