9.1.14

Esto (no) es Jauja

Entre trago y trago, ojeo (y hojeo) en la taberna una revistilla entitulada XLSemanal, a la sazón suplemento dominical del vetusto (y desnortado) diario ABC, y entre sus páginas me topo con un publirreportaje destinado a encasquetarnos el último engañabobos del renacentista Umberto Eco, a quien veo en los últimos tiempos mucho más apocalíptico que integrado. El tomo en cuestión pretende ser una Historia de la tierra y los lugares legendarios, y al redactor de turno de la gaceta ilustrada que me traigo entre manos le ha sido encomendada la ardua tarea de entresacar de sus páginas un puñado de extractos que alimenten las (supuestas) ansias lectoras de unos españolitos que las pasarán canutas para reunir los cuarenta y cinco eurazos que pide la editorial Lumen por el lujoso artefacto.

Por lo que a mí respecta, con este aperitivo tengo más que suficiente, así que ya tienen garantizado un lector (y un comprador) menos. Pero centrándonos en las líneas que más me afectan por culpa de mis vicios (y virtudes) blogueros, o sea, aquellas en las que se rastrean los orígenes de Jauja, digamos que la indagación del semiótico piamontés no pasa de paupérrima, pues prima en ella una cegata visión macarroni de la cultura universal que olvida (o prentende olvidar) que el germen del mito jaujiano, como bien recuerda nuestra Real Academia Española, se sitúa en un valle homónimo del Perú famoso por la riqueza de su territorio, motivo por el cual el sustantivo 'Jauja' "denota todo lo que quiere presentarse como tipo de prosperidad y abundancia". Sin embargo, don Umberto solo se hace eco de las fuentes que le cuadran para que su relato quede plagado de mascarpone, marzolino y mortadela. Lee, si no, lo que nos cuenta acerca del reino de la abundancia, y juzga tú mismo:
"En ciertas leyendas, el paraíso terrenal adopta una forma totalmente materialista: el País de Jauja. El nombre aparece por primera vez en un poemilla del siglo X, pero la composición más antigua que ha llegado hasta hoy es del siglo XIII, en el que el autor dice haber viajado, por encargo del Papa, al País de Jauja, donde aparecen todas las maravillas que luego se repiten. En El perro de Diógenes, de Francesco Fulvio Frugoni (1687), la isla de Jauja está situada en el mar del Calducho, 'envuelta en una niebla blanca que parecía cuajada. [...] Corren ríos de leche y manan fuentes de moscatel, malvasía y vino dulce. Los montes son de queso y los valles, de mascarpone. De los árboles cuelgan marzolinos y mortadelas'.
La tradición es imprecisa respecto a la ubicación. La tierra de Bengodi, la Jauja que se describe en El decamerón, donde se atan los perros con longanizas, está situada en 'el país de los vascos'. En un drama religioso germano, el Schlaraffenland nombre alemán de este país feliz se encuentra entre Viena y Praga. En un poemilla inglés aparece en medio del mar, al oeste de España. Ahí se dice, además, que Jauja es mejor que el Paraíso, donde para comer solo hay fruta y para beber, solamente agua. Y es que la leyenda de Jauja no nace en ambientes místicos, sino entre las masas populares que padecen un hambre secular".