Pasado el repentino dolor aunque todavía de luto espiritual, poco a poco se va recuperando el ánimo en la taberna tras la sorpresiva muerte de Paco de Lucía, un fiel más de nuestra singular parroquia (desgraciadamente solo en sentido figurado) a quien Miguel Mora ha retratado en El País como "tocaor estratosférico, compositor fecundo e imaginativo, tímido pero sublime e infatigable embajador de la cultura española", o sea, "un músico universal, el guitarrista que refundó el toque flamenco y lo subió a las más altas cimas artísticas haciéndolo crecer y evolucionar y mezclándolo con otras músicas de raíz".
En la taberna siempre ha sonado su guitarra como acompañamiento del bebercio cotidiano, principalmente en sus gloriosos escarceos jazzísticos, pero en los días pasados el tabernero se ha dado (en realidad, nos ha dado) una tregua; hasta hoy, que hemos gastado la tarde echándole el ojo a un (im)pagable programa doble, gentileza de la televisión pública española, que recuperaba sendas joyas setenteras: un episodio perteneciente a la legendaria serie 'Rito y geografía del cante' sumado a un exótico monográfico conducido por el inefable Jesús Quintero.
En ambos casos queda patente la certidumbre expuesta por el canalla novelista Montero Glez: "Hasta que llegó Paco, la guitarra flamenca se tocaba por arriba y por medio y era instrumento que servía como adorno para acompañar al cante. Poco más. Paco de Lucía sirvió la revolución armónica con acordes más complejos y una pulsación nerviosa que rodea las notas y que provoca efectos rítmicos que vienen a sugerir nuevos contratiempos. Con Paco de Lucía, dicen los flamencos, se acabó el misterio". O dicho de otra forma, en este caso por José Manuel Gamboa: "En el flamenco existe un antes y un después de Paco de Lucía. Es más, existen varios antes y después, porque el genio algecireño le ha dado varias vueltas de tuerca al género. Él tomó una guitarra salerosa pero musicalmente escueta, y la vistió de armonía".
Lo admirable es que todo lo hizo, además, quitándose importancia, como evidencia el relato incluido por Alfredo Grimaldos en su obituario para El Mundo: "En una ocasión comentaba [Paco] que, parado en un semáforo dentro de su vehículo, escuchó el sonido de una guitarra flamenca y pensó: '¡Qué bien suena eso!', hasta que se dio cuenta de que era él quien tocaba, y empezó a sacarle defectos". Tan es así, que su pieza más popular casi se queda en descarte, como recuerda el propio Grimaldos: "La clave de su popularidad entre el público no familiarizado con el duende fue la rumba 'Entre dos aguas', grabada en 1973 e incluida, casi por casualidad en el LP 'Fuente y caudal': 'Uno no sabe nunca lo que más pega. 'Entre dos aguas' fue una improvisación para llenar cinco minutos que faltaban para cuadrar las dos caras del disco. No pensaba incluirla, pero oí la grabación y encontré un ritmo, un aire que me gustó. Cogí las tijeras, lo corté un poco y ahí está. Para gente no muy iniciada me parece bien".
En realidad, como ha subrayado el crítico Diego A. Manrique, 'Entre dos aguas' es una "bendita rumbita que hizo más por el flamenco que cualquier declaración de la Unesco". Eso, al menos, es lo que hemos concluido el tabernero y yo al tiempo que conveníamos que justo ahora es cuando cobra sentido pleno la hipérbole que nos regaló hace algún tiempo el difunto amigo (suyo y nuestro) Félix Grande: "Paco está diez mundos por encima del mundo".