Impedido por mi escaso bagaje místico, no estoy en condiciones de afirmar con rotundidad que descorchar una de las doscientas botellas de la limitadísima producción de Pagos de Mirabel alcance la categoría de experiencia religiosa (de eso saben mucho más Enrique Iglesias y los ministros del PP), pero casi. Mi tabernero asegura que, durante el buen rato que ha durado nuestro mano a mano con el ejemplar de muestra de este “tintazo” (Segundo López dixit) cedido generosamente por la bodega, mi aspecto le recordaba al de Rick, el fascinante protagonista de El chico de la trompeta, novela jazzística de Dorothy Baker: “Tenía el tipo de cara nerviosa y tirante del hombre que sabe algo, el tipo de cara que suele acompañar a cualquier tipo de pasión”; el tipo de cara que “suele verse en revolucionarios, maníacos, artistas… En cualquiera que sepa que amará algo, para bien o para mal, hasta el día en que muera”. Y no me atrevería yo a decir tanto, pero algo de eso hay.
Pagos de Mirabel se presenta en sociedad (esta es su primera añada) envuelto en una botella de aspecto singular, robusta pero discreta, de hechuras minimalistas, modelada a partir de elegante vidrio ferrocromado. Al frente del majestuoso recipiente, una estilizada flor de jara despeja cualquier duda acerca de su procedencia: Las Villuercas, comarca situada al sudeste de la provincia de Cáceres; sin embargo, la leyenda (únicamente) en inglés de su retaguardia certifica el carácter universal del vino parido por el cosmopolita Anders Vinding-Diers, un trotamundos de la enología cuya singladura profesional ha hecho escala en los principales puertos del océano vitivinícola. Hijo de Peter, hermano de Hans y primo del ínclito Peter Sissek (todos ellos prestigiosos bodegueros), este sudafricano con pasaporte del mundo se ha asentado en la fértil serranía cacereña para alumbrar, entre otras, esta joya mirabeleña cuyo precio de mercado supera holgadamente el centenar de euros.
Traducido al cristiano, lo que puede leerse en la contraetiqueta de Pagos de Mirabel 2012 viene a ser más o menos lo siguiente: “Está elaborado 100% con las uvas de unas pequeñas viñas de garnacha de 150 años que se encuentran en la Sierra de Montánchez, a 724 metros de altitud y en la Sierra de las Villuercas a 650 metros de altitud. La viña es cuidada y trabajada manualmente y las uvas son recogidas a mano y seleccionadas en la bodega. Este vino ha sido fermentado y madurado durante seis meses en barrica de roble francés”. Y, aunque no se advierta en la información oficial, su proceso de vinificación se llevó a cabo en Tierra de Barros, donde Vinding-Diers se dedicó a “escuchar” su caldo hasta que sonaron las notas que anunciaban que su composición ya estaba lista para enfrentarse a los privilegiados bebedores con parné suficiente como para agenciarse una de sus doscientas dosis.
Pese a todo, hay quien opina (como Michel de Fuentes) que es “una osadía sacar al mercado un vino extremeño con ese precio”. Y no le falta razón al responsable de Medems Catering: al fin y al cabo, la pertinencia de los prejuicios se dirime en casos como el que nos ocupa. En cambio, Segundo López adopta un punto de vista radicalmente opuesto: “Recuerda, salvando las distancias geográficas y de terruño, la excelencia de los mejores y más elegantes tintos de las garnachas aragonesas o del Priorato”. Y nosotros, o sea, el tabernero y yo, con narices mucho más humildes que las citadas, aún andamos debatiendo si Pagos de Mirabel es un vino que vale lo que cuesta. En cualquier caso, hemos llegado a una conclusión: se trata de un vino que vale… y mucho.
Aunque hay afinadísimos expertos, como Raúl Serrano, que han encontrado “chocolate belga en el fondo” de este elixir, por ventura lo que yo he bebido se parece mucho más a la ilustrativa nota de cata pergeñada por Demos Bertran: a la vista, advierte “color rojo algo intenso, ribete rojizo-granatoso, capa media-alta y fina lágrima bien tintada”; en nariz, destaca “buena intensidad con unos aromas iniciales muy peculiares: pan de cereales recién tostado, surgen las notas de fruta roja en compota (grosellas y mucha frambuesa), tostados de la barrica bien domados e integrados en el conjunto, agradables especiados que aportan notable amplitud aromática, suaves mentolados frescos, hierbas del monte frescas (tomillo) y suave fondo de piedra húmeda”; y en boca, describe una “buena entrada con un suave y agradable recorrido, se muestra algo justo pero se disfruta mucho su fruta roja madura, los tostados de la barrica están más marcados que en nariz, especiado, buena acidez, notas balsámicas refrescantes (mentolado), suave sensación de café, buena longitud y persistencia. Final medio-largo, postgusto de fruta roja madura y retronasal ahumado”.
En definitiva, con Pagos de Mirabel nos hallamos ante un vino excepcional; uno de los mejores monovarietales de garnacha embotellados actualmente en nuestro país que, para sorpresa de propios y extraños y orgullo de su creador, presume de “pasaporte extremeño”.
Pagos de Mirabel
2012
Garnacha
6 meses en barrica de roble francés
15% alcohol
Vino de la Tierra de Extremadura
Bodega de Mirabel, Pago de San Clemente, Cáceres, Extremadura, España