Ha muerto Lepoldo María Panero, "el último poeta", según el mayor experto en su obra, Túa Blesa. Hará un par de años, en una extensa entrevista para el magazine Jot Down concedida durante un breve paréntesis en su reclusión psiquiátrica, Carlos H. Vázquez le tentaba con asuntos mundanos: "[Wallace] Stevens dice que 'el dinero es una clase de poesía'. ¿Tampoco echa de menos el dinero?"; cuestión a la que el poeta (más) maldito de nuestras letras respondía, antes de echarse unas risas: "No sé para qué sirve el dinero si no es para gastárselo en vino".
Antonio Lucas ha advertido en su prontuario de despedida: "El día que alguien tenga el coraje y la paciencia de cribar ese bulímico bosque de versos veremos el tamaño y el calado de un poeta extraordinario". Porque la obra de este loco desencantado esconde entre sus centenares de páginas a "uno de los mayores y más originales poetas que ha dado la literatura española en las últimas cuatro décadas" (Benjamín Prado).
Una de sus creaciones más notables (y una de mis preferidas) es La canción del croupier del Mississippi (1980), un autorretrato a medio camino entre el monólogo interior y la letanía que dice mucho de su vida pero, sobre todo, de su obra, de su poética. Sirvan como homenaje hacia su incómoda figura estos ebrios versos entresacados de dicha canción que hoy hemos releído a dos voces (y ante sendas copas de vino) el tabernero y yo:
Una de sus creaciones más notables (y una de mis preferidas) es La canción del croupier del Mississippi (1980), un autorretrato a medio camino entre el monólogo interior y la letanía que dice mucho de su vida pero, sobre todo, de su obra, de su poética. Sirvan como homenaje hacia su incómoda figura estos ebrios versos entresacados de dicha canción que hoy hemos releído a dos voces (y ante sendas copas de vino) el tabernero y yo:
"Me palpo el pecho de pronto, nervioso,
y no siento un corazón. No hay,
no existe en nadie esa cosa que llaman corazón
sino quizá en el alcohol, en esa
sangre que yo bebo y que es la sangre de Cristo,
la única sangre en este mundo que no existe
que es como el mal programado, o
como fábrica de vida o un sastre
que ha olvidado quién es y sigue viviendo, o
quizá el reloj y las horas pasan".
[...]
"Me digo que soy Pessoa, como Pessoa era Álvaro de Campos,
me digo que estar borracho es no estarlo
toda la vida, es
estar borracho de vida y no de muerte,
es una sangre distinta de esa otra
espesa que se cuela por los tejados y por las paredes
y los agujeros de la vida.
Y es que no hay otra comunión
ni otro espasmo que este del vino
y ningún otro sexo ni mujer
que el vaso de alcohol besándome los labios
que este vaso de alcohol que llevo en el
cerebro, en los pies, en la sangre,
que este vaso de vino oscuro o blanco,
de ginebra o de ron o lo que sea
-ginebra y cerveza, por ejemplo-
que es como la infancia, y no es
huida, ni evasión, ni sueño
sino la única vida real y todo lo posible
y agarro de nuevo la copa como el cuello de la vida y cuento
a algún ser que es probable que esté
ahí la vida de los dioses
y unos días soy Caín, y otros
un jugador de poker que bebe whisky perfectamente y otros
un cazador de dotes que por otra parte he sido
pero lo mío es como en 'Dulce pájaro de juventud'
un cazador de dotes hermoso y alcohólico, y otros días,
un asesino tímido y psicótico, y otros
alguien que ha muerto quién sabe hace cuánto,
en qué ciudad, entre marineros ebrios. Algunos me
recuerdan, dicen
con la copa en la mano, hablando mucho,
hablando para poder existir de que
no hay nada mejor que decirse
a sí mismo una proposición de Wittgenstein mientras sube
la marea del vino en la sangre y el alma".
[...]
"Y ya no tengo sangre en las venas, sino alcohol,
tengo sangre en los ojos de borracho
y el alma invadida de sangre como de una vomitona,
y vomito el alma por las mañanas,
después de pasar toda la noche jurando
frente a una muñeca de goma que existe Dios.
Escribir en España no es llorar, es beber,
es beber la rabia del que no se resigna
a morir en las esquinas, es beber y mal
decir, blasfemar contra España
contra este país sin dioses pero con
estatuas de dioses, es
beber en la iglesia con música de órgano
es caerse borracho en los recitales y manchas de vino
tinto y sangre Le livre des masques de Rémy de Gourmont
caerse húmedo babeante y tonto y
derrumbarse como un árbol ante los farolillos
de esta verbena cultural. Escribir en España es tener
hasta el borde en la sangre este alcohol de locura que ya
no justifica nada ni nadie, ninguna sombra
de las que allí había al principio.
Y decir al morir, cuando tenga
ya en la boca y cabeza la baba del suicidio
gritarle a las sombras, a las tantas que hay y fantasmas
en este paraíso para espectros
y también a los ciervos que he visto en el bosque,
y a los pájaros y a los lobos en la calle y
acechando en las esquinas
'Fifteen men on the Dead Man's Chest
Fifteen men on the Dead Man's Chest
Yahoo! And a bottle of rum!".