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10.5.14

Gladiator 2008

Pretende Viña Santa Marina que su Gladiator "sirva como homenaje al general emeritense Maximus Decimus Meridius, el más reconocido gladiador de la historia cuya leyenda dio origen a la famosa película". Pero la verdad es que esa pretensión da un poquito de vergüenza ajena, teniendo en cuenta que el tal Máximo Décimo Meridio, encarnado por Russell Crowe en el filme de Ridley Scott, jamás existió. Podríamos aceptar, siendo generosos con el beneficio de la duda, que el personaje esté basado en Marcus Nonius Macrinus, hombre de confiaza del emperador Marco Aurelio que ni fue gladiador ni vino al mundo en Augusta Emerita, y, apurando mucho, en Narciso, Espartaco, Cincinato y Máximo de Hispania. Pero poco más. O sea, este supuesto tributo de la bodega extremeña al término municipal en el que crecen sus viñedos (Mérida) evidencia una decisión rayana en el ridículo (tomando al pie de la letra su enunciado), pues incluso el origen emeritense del 'Gladiator' ficticio es producto exclusivo del doblaje a nuestra lengua, ya que el general que defendía que "lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad" se declaraba oriundo de Trujillo (Cáceres) en la versión original del larguísimo metraje.


Viña Santa Marina es, por decirlo en términos vitícolas, un pequeño zarcillo nacido del tallo principal de los Alvear de toda la vida, una noble estirpe de bodegueros que brotó en Nájera (La Rioja), antigua capital del Reino de Navarra, pero que echó raíces en Montilla (Córdoba) en el siglo XVIII. El que fuera durante décadas director de la bodega familiar, Álvaro de Alvear, decidió en 1999 emprender una nueva aventura junto a la enóloga Yolanda Piñero, asentándose por la vía del chanchullo (condiciones a medida, precio de ganga) a los pies de la sierra de Lamoneda, donde parece ser que en la época romana ya se elaboraban vinos muy apreciados en el imperio.

En el arranque de lo que antiguamente fue la Vía de la Plata (por seguir con la presunta filiación latina de la casa), se extiende una finca de unas doscientas hectáreas, de las cuales sesenta y una son de viñedo conducido en espaldera y el resto de bosque mediterráneo perfectamente conservado. El suelo que nutre sus viñas es de origen granítico, de estructura arenoarcillosa y de profundidad moderada con zonas de abundante canto que favorecen el drenaje, mientras que el clima que las arropa es típicamente mediterráneo, con inviernos fríos, veranos secos, largos y cálidos, y transiciones abundantes en lluvias.


De entre las variedades plantadas en Viña Santa Marina, sobresalen las tres de origen francés que forman el coupage de Gladiator: syrah (60%), cabernet sauvignon (30%) y petit verdot (10%). Según sus productores, la primera "es una suntuosa uva, para hacer vinos de textura sedosa, especiados, persistentes en la boca. Tiene un buen envejecer, los vinos pasan de plenos, atractivos cuando son jóvenes, a ganar personalidad y sólido carácter con el tiempo"; la segunda es considerada "la reina para la crianza de vinos. Procede de Burdeos, donde es la base de los vinos importantes, y desde allí ha viajado por todo el mundo, gracias a su gran capacidad para adaptarse a diferentes zonas sin perder calidad y carácter"; por último, la tercera es "original del suroeste francés. Con buenas características para vinos vigorosos, de larga vida, de lento envejecimiento, profundo color, aporta tanicidad, acidez, acompleja los aromas".

Mediante el ensamblaje de estas tres variedades, y tras un envejecimiento de doce meses en barricas de roble francés y americano, se obtiene, según la nota de cata personal del advocate Robert Parker, un vino de "color púrpura de capa cubierta" que "ofrece un atractivo bouquet de ahumados, caza, violetas, pimientos, arándanos y moras" y "frutas dulces" en un paladar "redondo, sedoso"; un vino, por consiguiente, "largo y placentero que se beberá bien durante una década". Pero a esa opinión no hay que echarle mucha cuenta: vale lo que costó convencer al gurú de Baltimore de que catara el caldo, con la (in)estimable colaboración de la enóloga emeritense María Isabel Mijares, aprovechando una visita a nuestro país para recibir la Gran Cruz del Mérito Civil.

Sin embargo, mucho más justa con lo que yo he bebido hoy en la taberna me parece la sucinta valoración del equipo de elmundovino.com compuesto por Víctor de la Serna, Juancho Asenjo y Ernestina Velasco: "Algo vegetal, agradable de entrada, cuerpo medio, con un final amargoso y no excesivamente logrado". Ni más ni menos.


Gladiator

2008

Syrah, Cabernet Sauvignon y Petit Verdot

12 meses en barricas de roble francés y americano

13,5% alcohol

Vino de la Tierra de Extremadura

Viña Santa Marina, Mérida, Badajoz, Extremadura, España

7.5.14

Heretat Mas Tinell Brut Rosé Reserva 2008

Un reciente informe publicado por Global Wine & Spirits barrunta un importante crecimiento de las ventas de espumosos y rosados en los Estados Unidos de América para los próximos años (el doble de lo previsto para el vino en su conjunto) y, aunque en España viajamos aún a remolque de las modas cosmopolitas, lo cierto es que esa tendencia también empieza a dejarse ver entre nosotros. El consumo de vinos espumosos ya no se circunscribe exclusivamente al periodo navideño y el rosado va arañando cuota de mercado poquito a poco, no solo entre el público joven y/o femenino, como sostiene el tópico. Mas, ¿qué pasa con los rosé, esos espumosos rosados que irrumpieron en el circuito doméstico como glamurosos (sub)productos de andar por casa pero que se han hecho un hueco en los corazoncitos de los bebedores más exigentes?

Pues resulta que de todo hay, tanto en la viña del señor como en las viñas del cava y sus sucedáneos, donde se cultivan, entre otras, las cepas de trepat que sirven de materia prima al Brut Rosé Reserva con el que el tabernero ha aplacado hoy mis calores vespertinos, provocados por esta primavera cuasi veraniega que estamos atravesando. El más moderno de los espumosos elaborados en la Heretat Mas Tinell se ha mostrado, desde su nacimiento, como un más que digno representante de esa variante, todavía no demasiado extendida aunque sí crecientemente demandada, que representan los cavas rosados.


Los catadores de postín no manifiestan demasiado entusiasmo por este rosé, pero sí han coincidido (yo diría que sospechosamente) al destacar sus principales vicios y virtudes: "Sabroso, pero sin gran complejidad. Interesante por su originalidad" (Víctor de la Serna, Juancho Asenjo y Ernestina Velasco, elmundovino.com); "Sin mucha complejidad pero original en su resultado" (Demos Bertran, elvi.net). Así que hay algo que parece obvio: a falta de complejidad, en este caso se valora la originalidad. ¿Por qué?

Porque hablamos de una rara avis: 1) un cava monovarietal elaborado con trepat, la uva autóctona de la Conca de Barberá, principalmente destinada a producir vinos rosados (aporta poco color) y, en menor medida, tintos, que en el Penedés se emplea para colorear los rosé; 2) un brut reserva, lo que significa (oficialmente) que su contenido en azúcares no supera los doce gramos por litro y que su crianza en botella puede variar entre los quince y los treinta meses aunque, en este caso, sus poco menos de seis gramos de azúcar por litro y sus treinta y seis meses de estancia en rima lo aproximan (extraoficialmente) a un extra brut gran reserva; y 3) un gran cuvée, francesada adoptada de las clasificaciones achampanadas que aquí alude, más que a la procedencia de distintos vinos o distintas añadas, a la cuidadosa selección de sus mostos.

Por tanto, el mayor mérito que cabe atribuirle a la Heretat Mas Tinell sobre el particular es la decidida apuesta por una variedad autóctona, algo que (mucho me temo) tiene más que ver con una impulsiva estrategia empresarial (la bodega ha dejado de estar controlada por un grupo francés para volver a manos españolas) que con una madurada decisión vitivinícola. En cualquier caso, importa subrayar que, según los que saben de esto, de la trepat "se obtienen vinos rosados destacables, de moderada graduación alcohólica, frescos, ligeros y afrutados, de un color rosáceo-frambuesa, limpio y luminoso"; y eso, junto al carbónico y sus azúcares correspondientes, es lo que guarda la botella de este Brut Rosé Reserva, aunque algunos se empeñen en descubrir (de nuevo, sospechosamente) sorprendentes coincidencias.

El citado trío de elmundovino.com aprecia "anís e hinojo en nariz, marcadamente balsámica, con algo de masa de pan". A Bertran también le dan en la napia "sensaciones balsámicas con predominio de notas anisadas y algo de hinojo, suaves levaduras húmedas, recuerdos de panadería". Y a Juan Cuatrecasas, más de lo mismo: "matices balsámicos, levaduras y suaves toques de flores blancas y rojas. Peculiar perfume, que llega muy marcado por conceptos anisados". Por último, la gente de enterwine.com certifica esta asombrosa unanimidad: "alguna sensación floral y toques herbáceos con los matices propios de una crianza de tres años en rima, de donde se adivinan notas de lías finas entre recuerdos de pastelería, algunas fragancias especiadas y delicadas balsámicas anisadas". Visto lo visto, me gustaría saber quién es el gracioso que se atreve a negar el anís, el hinojo, los balsámicos y el pan en la rosada copa de flauta. Desde luego, no seré yo.


Heretat Mas Tinell Brut Rosé Reserva

2008

Trepat

36 meses en botella

12% alcohol

DO Cava

Heretat Mas Tinell, Vilafranca del Penedés, Barcelona, Cataluña, España

1.4.14

Solar de Bécquer Crianza 2010

Cada vez que alguien pide en la taberna un lingotazo de Solar de Bécquer Crianza (que no son pocas), mi mente me teletransporta invariablemente al retrato que esbozó el tapado Valeriano de su ínclito hermano Gustavo Adolfo en 1864, donde este quedó inmortalizado tumbado en medio de un bucólico bosquecillo, haciendo como que leía con la dignidad intacta (sin quitarse el sombrero), en una pose tan artificiosamente romántica como la mayoría de sus versos. Y, cada vez que caigo en la tentación de echarme al cuerpo algunos sorbos del susodicho caldo riojano (que no son muchas), me reafirmo en una añeja sensación: vino, retrato y retratado forman una santísima trinidad cuya ligereza, paradójicamente, siempre se me ha atragantado.


La marca comercial de Bodegas Escudero que toma prestado el apellido del autor de Los Borbones en pelota justifica tal atrevimiento con un rebuscado argumento: resulta que el escritor sevillano pasó una temporada en Fitero (Navarra), durante la cual tomó como inspiración para una de sus populares Leyendas (concretamente El Miserere) el monasterio cisterciense situado en lo alto del monte Yerga; y hete aquí que en uno de las carasoles del místico cerro se asienta Cuesta de la Reina, la finca de donde procede la uva con la que se elabora el vino que nos ocupa; la misma en la que la familia Escudero acumula más de 120 hectáreas de viñedos con una antigüedad cercana al medio siglo que emergen cuasi milagrosamente de sus suelos "arcillo-calcáreos, pobres y con abundantes cantos rodados".

Cuentan los libros de historia vitivinícola que fue el bisabuelo de los actuales responsables, Juan Escudero, quien en vida del propio Bécquer (circa 1852) comenzó a elaborar vinos en rudimentarias cubas de roble en Grávalos (La Rioja), y que fue el nieto de este y, a la sazón, padre de aquellos, Benito, quien impulsó definitivamente la bodega hasta convertirla en lo que es hoy en día, incluyendo por el medio la elaboración de los primeros cavas riojanos, los niños mimados de la casa. Ahora, la cuarta generación de la familia Escudero (Jesús, María Ángeles, Amador y José María) controla, además de la bodega que engrandece el apellido familiar, Valsacro (o Vinscaro; cuando se aclaren ellos, me aclararé yo) en Pradejón (La Rioja) y Logos en Monteagudo (Navarra); o sea, un mediano emporio capaz de producir alrededor de un millón de botellas al año.


Para este Crianza 2010, Solar de Bécquer ha renovado su etiquetado, ganando en limpieza pero dejándose por el camino parte de la (ya de por sí) escasa información que aportaba la retaguardia de su antecesor (2008). Quien pague hoy gustosamente una botella de este bebedizo que (por lo menos) se vende a buen precio, podrá entretenerse canturreando unos versos (mal transcritos, para colmo) de la tercera de las Rimas del omnipresente Gustavo Adolfo, mas no podrá averiguar las variedades con las que se elabora lo que se dispone a catar, ni sus meses de crianza, ni el tipo de barrica donde maduró. Y como la página que su productor aloja en la webesfera está alarmantemente desactualizada, no queda más remedio que confiar en que el patrón de elaboración de su predecesor se repita en esta ocasión. En tal caso, debemos suponer que nos encontramos ante un coupage de tempranillo, mazuelo y garnacha, fermentado en depósitos de acero inoxidable con la levadura autóctona, macerado durante unos diez días y criado en barricas usadas de roble americano durante al menos un año, tiempo en el que se trasiega tres veces antes de ser embotellado y retenido por seis meses hasta su salida al mercado. Esto, o algo que se le debe parecer mucho, es lo que lleva de serie el mínimo desembolso que supone una botella de Solar de Bécquer Crianza.

En cuanto a su valoración por parte de los prescriptores visitantes y locales, la voz española que habla por boca de Robert Parker, es decir, Luis Gutiérrez, lo situó hace unos meses a la altura de los bestsellers que le comen el terreno desde las cabeceras de las grandes superficies comerciales, en esa tierra de nadie que queda tan lejos (y tan cerca) de los 90 puntos. Aunque para que los neófitos en la materia se hagan una idea más completa, yo prefiero echar mano de las opiniones históricas del panel de cata de elmundovino.com: para la añada de 2000, catada en 2005, el fiable triunvirato formado por Juancho Asenjo, Jens Riis y Juan Manuel Ibáñez escribió lo siguiente: "Rubí de intensidad media, menisco teja. Aroma de intensidad correcta, con fruta roja al ataque que da paso a un fondo menos franco con sensaciones de brea. En boca es de cuerpo medio, con acidez correcta, justo de fruta, un punto de humedad y con final corto"; en cambio en 2013, cuando cataron el ejemplar vendimiado en 2008 con Víctor de la Serna ocupando el puesto del gran Ibáñez, fueron mucho más escuetos: "Muy balsámico en nariz, duro y con algún verdor en boca". Y sí, ya sé que ninguna de estas dos notas se refiere al Crianza 2010, pero quedan aquí recogidas, la una detrás de la otra, porque las dos juntitas bien podrían valer para despachar al último de los descendientes bécquerianos con una precisión que difícilmente alcanzarán los diletantes posmodernos que saturan con naderías la reventona blogosfera... mejorando lo presente.


Solar de Bécquer Crianza

2010

Tempranillo, Mazuelo y Garnacha

12 meses en barricas de roble americano

13,5% alcohol

DOCa Rioja

Bodegas B. Escudero, Pradejón, La Rioja, España