Antes de tirarnos juntos al barro de los intríngulis del bebercio (y del comercio), se hace saber al improbable lector que el (re)bautizo bloguero de un servidor tiene como único responsable al más canalla de los filósofos carnavalescos gaditanos, Juan Carlos Aragón. Hace ya tres lustros, el susodicho jartible nos brindó un popurrí pelín sirvergonzón protagonizado por unos ruinosos legionarios romanos que, alardeando de una (im)perdonable falta de respeto, degradaron a su mitológico dios del vino echando mano de familiares sufijos. En la citada copla chirigotera, Baco pasó, sin solución de continuidad, a llamarse primero Baquito y luego Bacorro.
Para no desfacer del todo aquel añejo entuerto, aquí y ahora me dejo adoptar por el simpático apelativo a la par que deposito mis más insensatas esperanzas en heredar algo del espíritu coñón de tan gloriosa letra. Con tu connivencia, apreciado lector, y la paciencia de mi tabernero de cabecera (junto a quien reviso en el televisor de su santa casa la guasona grabación del citado popurrí al tiempo que pergeño esta declaración de intenciones), que así sea.
Para no desfacer del todo aquel añejo entuerto, aquí y ahora me dejo adoptar por el simpático apelativo a la par que deposito mis más insensatas esperanzas en heredar algo del espíritu coñón de tan gloriosa letra. Con tu connivencia, apreciado lector, y la paciencia de mi tabernero de cabecera (junto a quien reviso en el televisor de su santa casa la guasona grabación del citado popurrí al tiempo que pergeño esta declaración de intenciones), que así sea.
Como habrás adivinado, The Wine Accuser nace, desafiando al miedo y la vergüenza, con la (in)sana intención de marcar las distancias respecto a las puntua(liza)ciones de los gurús de la prescripción enológica mundial, desde el advocate de la nariz del millón de dólares y su agrandado bufete hasta los paniaguados escribanos de nuestras guías domésticas, pasando por quienes se dicen meros espectadores o entusiastas. Sucede que defiendo (y defenderé, en tanto mi pituitaria amarilla y mis papilas gustativas no me arrastren a lo contrario) aquello que alguien tan poco sospechoso como el capitoste de Château Margaux, Paul Pontallier, viene repitiendo machaconamente desde antiguo: que el vino se hace para beber, no para catar.
A ello me aplicaré en lo sucesivo; y a trasladar a estas cuartillas virtuales mis experiencias. Mas como esta presentación está quedando biográficamente exigua, permíteme solo una sugerencia más: lo mismo que Julio Camba cuando firmó su fe de bautismo en ABC hace un siglo, "necesito que ustedes me conozcan antes de entrar en tarea para que no me tomen nunca completamente en serio. Ni completamente en serio ni completamente en broma".