Ando enfrascado en las Maneras de ser periodista de Julio Camba, recopiladas por Francisco Fuster y editadas con primoroso esmero retro por Libros del K.O., y en ellas me topo con un párrafo que ahora me viene al pelo:
"La música de café debe ser una cosa así como la literatura de café; es decir, como la literatura de periódico: fácil, amena y digestiva. Un poco mejor que el café; pero nunca completamente genial. Debe acompañar la conversación sin interrumpirla, y no debe expresar jamás grandes ideas, porque las grandes ideas están fuera de lugar en el café. Si en una reunión de café se levanta alguien a exponer grandes ideas, todo el mundo se le echa encima, diciéndole que no se ponga trascendental. ¿Por qué han de ponerse trascendentales los músicos de la orquesta? ¿Que ellos saben interpretar a Beethoven? También yo sé, tal vez, interpretar a Salustio, y, sin embargo, no lo interpreto en el café. En el café no hay que ser sabios: hay que ser frívolos y alegres".
Rumio la tesis cambiana según me adentro en la taberna, preguntándome si lo que era válido para un bohemio café castizo será igualmente aplicable a este paraíso del bebercio del siglo XXI mientras me asaltan las notas de 'Les yeux noirs', una saltarina pieza instrumental interpretada por Coco Briaval. Se trata de una paradigmática muestra de swing gitano, en la que, sobre una sección rítmica de infarto, se encabalgan graciosamente las guitarras de los Briaval, una familia francesa en la que los hijos heredaron el talento de sus padres para dedicarse, juntos y sin embargo revueltos, a prorrogar las excelencias del jazz manouche popularizado en los años 30 del pasado siglo por Django Reinhardt, en cuyo entorno se movió la matriarca del clan que nos ocupa y a quien se homenajea directamente en la recreación que ahora alimenta mis dudas.
Mientras le sigo dando vueltas al asunto, se cierran los 'ojos negros' de ecos reinhardtianos y continúa el tabernario viaje de la 'Gypsy Caravan' recopilada por Putumayo Records en 2001.