La Organización Mundial de la Salud ha anunciado el apocalipsis en su Informe Mundial de Situación sobre Alcohol y Salud 2014. Los datos y cifras contenidos en él, leídos de corrido, se bastan y se sobran para acongojar incluso a los más avisados: "Cada año mueren en el mundo 3,3 millones de personas a consecuencia del consumo nocivo de alcohol, lo que representa un 5,9% de todas las defunciones; el uso nocivo de alcohol es un factor causal en más de 200 enfermedades y trastornos; en general, el 5,1% de la carga mundial de morbilidad y lesiones es atribuible al consumo de alcohol; el consumo de alcohol provoca defunción y discapacidad a una edad relativamente temprana. En el grupo etario de 20 a 39 años, un 25% de las defunciones son atribuibles al consumo de alcohol; existe una relación causal entre el consumo nocivo de alcohol y una serie de trastornos mentales y comportamentales, además de las enfermedades no transmisibles y los traumatismos; recientemente se han determinado relaciones causales entre el consumo nocivo y la incidencia de enfermedades infecciosas tales como la tuberculosis y el VIH/Sida; más allá de las consecuencias sanitarias, el consumo nocivo de alcohol provoca pérdidas sociales y económicas importantes, tanto para las personas como para la sociedad en su conjunto".
Después de semejante sacudida, dan ganas de dejar la bebida, pasarse al bando de los alcohólicos anónimos y abandonar la escritura etílica. Pero, ¿realmente es para tanto? Como (casi) siempre, depende de la fuente a la que acudamos para saciar nuestra sed de conocimiento: si atendemos a las decenas de artículitos que cada día defienden los beneficios del bebercio moderado sin más fundamento que ser el eco del eco de la voz que subvenciona dicho corpus teórico en beneficio propio (o sea, la industria del alcohol), pues parece que no; en cambio, si nos dejamos llevar, siquiera por una vez, por las evidencias empíricas y las opiniones formadas, la cosa cambia.
A rebufo del informe de la OMS se han producido todo tipo de reacciones, como era de esperar: desde los que se toman el asunto a cachondeo (popthewine.com) y, pese a vivir de la venta de vino, concluyen que 'Ser un borracho [no] es más sano que no serlo' en una suerte de defensa desapasionada y coñona de la priva, hasta los que se ponen serios (Comer o no comer), aunque para nada solemnes, a la hora de demostrar que 'Cuanto menos alcohol, mejor. Cuanto más, peor'.
En una coyuntura dominada por los intereses creados, hasta las (aparentemente) bienintencionadas iniciativas como Quien sabe beber, sabe vivir (España) o Wine in Moderation (Europa) se convierten en ridículos pretextos para fomentar la venta de alcohol, apelando con la boca pequeña al consumo moderado pero sirviendo de coartada comercial a productores, distribuidores y vendedores, a quienes el dinero público invertido por los gobiernos nacionales y supranacionales les sirve de jabón para un más que indecente lavado de cara.
En la dura pugna de dos universos paralelos (el alcohólico y el farmacéutico) en los que todo quisque es a la vez juez y parte, algunos prefieren adoptar un punto de vista conservador, a la vista de los discutibles resultados de las recomendaciones que apelan a la responsabilidad individual. Como de costumbre, Julio Basulto ha venido a poner algo de sensatez al asunto echando mano de las publicaciones más incontrovertibles al respecto: "Más alcohol es peor para la salud, menos alcohol es mejor. Y no, no me refiero solo al whisky, al coñac o al orujo. Hablo de todas las bebidas alcohólicas, y eso incluye a la 'cervecita' y al 'vinito", haciendo suya una advertencia publicada en 2007 por el Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer. En la misma línea se expresó en 2012 la Sociedad Americana del Cáncer: "El consumo total de alcohol es el factor importante, no el tipo de bebida alcohólica consumida". Y en febrero de este mismo año, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer: "No hay una cantidad segura de alcohol".
Recuerda el experto en Nutrición y Dietética desde las páginas virtuales de Comer o no comer que, para desbaratar la 'paradoja francesa' que ensalza los beneficios cardiovasculares del vino y sus supuestas cualidades antidepresivas, la OMS ha resumido la relación alcohol-salud de la siguiente manera: "El alcohol es teratogénico, neurotóxico, adictivo, inmunosupresor, perjudicial para el sistema cardiovascular, carcinogénico y aumenta el riesgo de muerte". La doctora Laura A. Stokowski zanja la cuestión con una contundencia irrebatible: "La evidencia de los efectos nocivos del alcohol es más fuerte que la evidencia de sus efectos beneficiosos". Y el doctor Jürgen Rehm abunda en dicho argumento: "Yo no sé por qué un vínculo beneficioso sería más importante que un simple enlace perjudicial, cuando el vínculo beneficioso es aproximadamente una décima parte de la relación perjudicial".
Según la revista OCU-Salud, el noventa por ciento de los adultos españoles incluye las bebidas alcohólicas como parte de su alimentación. Eso es lo que llevaba en la cabeza esta tarde cuando he llegado a la taberna para deleitarme con el bebercio cotidiano. Pero hoy no he consumado el acto. Le he dicho al tabernero que mejor lo dejaba para mañana y he pegado media vuelta. Por si las moscas.